La ciencia ficción es uno de los géneros que más han definido y modificado el rumbo de la historia del cine. Desde aquel cohete que aterrizó en la sonriente luna de Méliès, hasta el desastroso batido conceptual de Interstellar, el cine ha servido como vehículo para fantasear sobre la resolución de problemas que la ciencia aún no ha conseguido desentrañar, así como para plantear problemas adicionales asociados a la aparición de avances tecnológicos aún inalcanzados –como el viaje en el tiempo o la inteligencia artificial– dentro de un mundo ligera o radicalmente futurista.
Nadie ha viajado –que sepamos– al pasado o al futuro, sin embargo todos hemos tenido interminables discusiones sobre las paradojas generadas por el viaje temporal y sus consecuencias. No hemos llegado aún a concebir robots tan “inteligentes” como los descritos por Asimov, pero asumimos sus tres leyes de la robótica como un fundamento incontestable. He ahí la belleza y la importancia de la ciencia ficción.
Con tanto ejercicio imaginativo, concebir una película sci-fi que se vaya por derroteros aún inexplorados resulta complicado, sin embargo Ex Machina, ópera prima del reconocido guionista Alex Garland, a pesar de no cumplir con una cuota demasiado elevada en cuanto a originalidad se refiere, consigue ensamblar algunos de los conceptos más interesantes relacionados con el desarrollo de inteligencia artificial, presentándolos en un vistoso envoltorio de poco menos de dos horas de duración.
Caleb –un correcto pero soso Domhnall Gleeson– trabaja como progamador para el buscador más poderoso de Internet. Por un golpe de suerte, Caleb es seleccionado para participar en el proyecto secreto de su fundador –Oscar Isaac en forma de pilar central del filme–, quien usará a Caleb para probar a Ava –un robot femenino con la inteligencia artificial más perfecta jamás programada– mediante el test de Turing: prueba cuyo objetivo es discernir si una máquina es capaz de mostrar un nivel de inteligencia artificial indistinguible de la inteligencia natural de un ser humano.
Poco más puede decirse de la trama sin revelar demasiado. Lo que sí se puede recalcar es que los tres temas principales del filme: hasta qué punto el ser humano es un ser programado por su entorno; cuál es el punto en el que una inteligencia artificial puede considerarse digna de respeto/trato digno; y finalmente la posibilidad de que máquinas programadas por el ser humano sean capaces de evolucionar y desenvolverse como ellos, haciendo por tanto obsoleta a la raza humana (el Apocalipsis robótico de Terminator narrado con mayor sutileza), son tratados con la suficiente simplicidad para no caer en errores lógicos, y al mismo tiempo con la suficiente inteligencia para hacer de la película una obra interesante y digna de análisis.
Toda esa habilidad narrativa antes mencionada se viste con la preciosista fotografía de Rob Hardy, heredera por momentos del cine de Nicolas Winding Refn (véase la memorable escena del baile, los apagones en la cámara de pruebas, o la secuencia de revelación en el clóset robótico), que construye un ecosistema impoluto y visualmente espectacular para involucrar emocionalmente al espectador (véase la secuencia en la que Ava se desnuda entre sombras, o el sueño lúcido del escape).
Entrañable y delicado filme de ciencia ficción, Ex Machina coloca a Alex Garland como un director inteligente y hábil, con las tablas para sacar a flote un filme que parte de un tema profundamente trillado. y con la suficiente habilidad fílmica para esperar cosas importantes de él en un futuro no muy lejano.