El cómic como ¿arte? ¿disciplina? ¿oficio? ha formado parte integral del imaginario popular mexicano desde sus inicios en forma de cartón de sátira política, fungiendo como transmisor indispensable del humor vigente en la época, así como de la ideología de los movimientos sociales mexicanos más trascendentes. Dichas obras, surgidas durante el siglo XIX y popularizadas principalmente a lo largo de los años subsecuentes a la revolución mexicana, funcionaron como punto de convergencia entre jóvenes fuertemente politizados con ciertos conocimientos de grabado, y artistas pictóricos del nivel de José Guadalupe Posadas, Leopoldo Méndez, etc.
Es a mediados de los ochenta que surgen Jis y Trino, dos “moneros” tapatíos fuertemente influenciados por el mundo de la caricatura mexicana, no sólo desde sus exponentes más políticos, sino también por publicaciones costumbristas como la mítica Familia Burrón de Gabriel Vargas, que tras terminar, o intentar terminar, sus estudios en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), comenzaron a escribir y dibujar cartones cómicos para diversas publicaciones.
Es de esa forma que surge El Santos, un luchador enmascarado, evidente parodia de El Santo y abanderado de los aspectos más negativos de la cultura popular mexicana, que junto a personajes como El cabo, La Tetona Mendoza, La sirena Lupe, El peyote asesino, El diablo Zepeda, etc., se convertiría a principios de los noventa en un personaje por demás icónico.
El Santos VS La Tetona Mendoza es un esfuerzo fílmico que busca recuperar el espíritu de las tiras cómicas de Jis y Trino, y darle una nueva dimensión a través de la animación y la voz. La idea resultaba por demás arriesgada, sobre todo viendo el antecedente de Boogie, el aceitoso, la obra maestra de Fontanarrosa, que al ser animada dio como resultado una cinta por demás intrascendente. Sin embargo, Alejandro Lozano decidió correr el riesgo y, supervisado por Jis y Trino, crear un largometraje que, a pesar de no alcanzar el nivel de procacidad y demencia de la tira cómica original, es una experiencia divertida y un más que digno homenaje a los escatológicos personajes que pueblan el mundo de El Santos.
El reparto de ensueño que dio vida a las voces de los otrora mudos dibujos de Jis y Trino, es inmejorable. Comandados por Daniel Giménez Cacho en el papel de El Santos y Regina Orozco en el de La Tetona Mendoza, la interminable lista de celebridades que desfilan por el revoltijo argumental cortesía de Jis, Trino y el guionista Augusto Mendoza, incluye a los tres hermanos Bichir como los Cerdos Gutiérrez, Julieta Venegas como una Poquianchi del espacio, Jesús Ochoa como el Diablo Zepeda, Joaquín Cosío como el jefe de policía, José María Yazpik como el Peyote Asesino y una exquisita aparición de Guillermo del Toro como el filosófico Gamborimbo Ponx, quien se alza como protagonista de los momentos más hilarantes de la cinta.
Iniciando sin la menor pausa, la trama abre con la erradicación en masa de un sinnúmero de zombis de Sahuayo que han sobrepoblado la ciudad de México, sin embargo, los esfuerzos de El Santos por erradicar a la plaga devienen en un auténtico delirio argumental que no vale la pena siquiera intentar describir, al presentarse una trama que cambia de un lado a otro a cada minuto, pero que, dentro de lo que cabe, consigue sacar algunas carcajadas y funcionar como un divertimento eficaz.
Plagada de referencias a la cultura pop mexicana, así como mezcla de cine de acción, con cine noir, con musical y con todo lo que se pueda pensar, el filme se salva milagrosamente de ser un fracaso gracias al gran compendio de voces, al aceptable trabajo de animación y al risible pero efectivo guión de Augusto Mendoza, quien modera la potente hipervulgaridad del cómic para abrir la cinta a un público mayor, y la suple con ingeniosos giros de tuerca que cumplen el cometido de ser genuinamente divertidos.
Filme probablemente invendible fuera del círculo mexicano de fanáticos de Jis y Trino, El Santos VS La Tetona Mendoza es, para aquellos iniciados en las procacidades de sus personajes, un documento valioso que reaviva la nostalgia por esos modestos cartones que se publicaban en el periódico La Jornada y que, con obscenas y desmedidas risotadas, excitaron durante muchos años la parte más podrida de la psique mexicana.