Tras el rotundo éxito de la adaptación que Stanley Kubrick hizo de la célebre novela de Vladimir Nabokov, Lolita, Columbia Pictures decidió financiar la siguiente película del director norteamericano con la condición de que Peter Sellers, a quien atribuían en buena medida el éxito comercial de Lolita, interpretara al menos cuatro roles dentro del filme. Divertido por lo absurdo de la propuesta, Kubrick, que posteriormente declararía “…esas vulgares y grotescas estipulaciones son el sine qua non de la industria del cine…”, decidió aceptar las condiciones, dando lugar a una de las comedias más brillantes del siglo XX.
Célebre por su dominio del ajedrez y de los juegos de estrategia en general, Stanley Kubrick había pasado meses enteros con la idea de filmar algo que tuviera que ver con el conflicto, más táctico que militar, surgido entre Estados Unidos y Rusia al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El nivel de paranoia que generó la amenaza soviética en Estados Unidos, con sus espías y su poder nuclear, constituyó un juego de estrategia que a pesar de rozar los bordes del ridículo puso a ambos países en jaque durante décadas. Al escuchar que Kubrick quería filmar algo que jugara con la riqueza psicológica contenida en la paranoia de la Guerra Fría, Alastair Buchan, jefe del Instituto de Estudios Estratégicos de Inglaterra, con quien mantenía una estrecha relación de amistad, le recomendó la célebre novela de Peter George, Red Alert. Kubrick quedó maravillado con el relato y tomó la novela como base de un guión que perfeccionó junto al propio Peter George, manteniendo la línea argumental principal de la novela, pero agregando situaciones clave tan cruciales como la presencia del misteriosos Dr. Strangelove, quien no aparece en ningún momento entre las páginas de Red Alert.
Ubicada en el apogeo de la Guerra Fría, Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, narra el terrible conflicto que se desata cuando un general del ejército norteamericano pierde la cabeza y ordena un ataque nuclear de proporciones apocalípticas sobre territorio ruso. Con un montaje casi teatral que se desarrolla en tres escenarios distintos: el cuarto de guerra norteamericano, donde se reúnen el presidente y sus generales para encontrar una solución al problema; la base norteamericana secuestrada por el general que ha perdido la cabeza, y de donde salió la orden para iniciar el ataque; y finalmente el avión nuclear que, sin poder comunicarse a tierra, se dirige a territorio ruso con la consigna de aventar la funesta carga atómica, Kubrick consigue ensamblar un brillantísimo relato sobre las consecuencias del terror asociado a una amenaza latente, y sobre la forma en la que las jerarquías de mando y el respeto ciego que se le tiene a instituciones falibles, pueden dar lugar a catástrofes incalculables.
Es Peter Sellers en sus tres papeles protagónicos el eje principal de Dr. Strangelove. Tres interpretaciones legendarias, totalmente disimiles entre sí y ejecutadas con una maestría que tal vez nunca volvería a alcanzar. El Capitán Lionel Mandrake, quien debe convencer al demente general Jack Ripper de cancelar el nefando ataque aéreo sobre Rusia; el modesto y parco presidente de Estados Unidos, que reunido en el cuarto de guerra deberá tomar una decisión que evite el holocausto nuclear; y finalmente el perturbado Dr. Strangelove, un científico nuclear nazi contratado como consultor por los norteamericanos, que es a su vez responsable de los momentos más hilarantes del filme, constituyen la titánica proeza de Sellers dentro del filme. Tal maremagnum interpretativo se cierra con broche de oro con las actuaciones estelares de George C. Scott, como el general Buck Turgidson, consultor militar del presidente, y de Slim Pickens, como el Mayor a cargo del avión nuclear, papel que sería el cuarto de Peter Sellers, pero que quedó vacante gracias a una desafortunada lesión de tobillo.
El resultado es superlativo. En hora y media, Kubrick construye una comedia prácticamente perfecta, que se atreve a satirizar con bastante osadía al gobierno norteamericano y a su poderío militar, al grado de que para su estreno comercial la fuerza aérea norteamericana solicitó poner una advertencia al inicio del filme, haciéndole ver al espectador la imposibilidad de que algo así pudiera suceder dados los férreos controles del ejército estadounidense.
Fotografiada en blanco y negro por Gilbert Taylor, y maquetada obsesivamente por Kubrick, quien logró reconstruir a la perfección y sin ayuda del Pentágono (debido a que la información estaba clasificada como secreta) la cabina del bombardero nuclear, y que introdujo en el imaginario colectivo la atractiva estética del war room norteamericano, con su mesa circular y su estructura triangular que, según Kubrick (y la estática), es la forma geométrica angular más estable.
Hito de la cinematografía mundial, Dr. Strangelove afianzó la carrera de Stanley Kubrick y le permitió cuatro años después estrenar la ambiciosa 2001: A Space Odyssey. Sin embargo, lo más sorprendente del filme es que, tras cincuenta años de su estreno, el humor representado en pantalla sigue tan vigente como en los años sesenta, y su trama es tan dinámica y astuta que se fija de forma indeleble en la memoria.
Mein Führer!, I can walk! gritaba un Peter Sellers fuera de sí, para instantes después escuchar la voz de Vera Lynn cantando We’ll Meet Again. Eso es genialidad.