Don’t Look Back (1967)

Durante poco menos de un segundo vemos una bodega. Un zoom back estabiliza la toma y en la parte derecha del encuadre surge el cuerpo de Bob Dylan. Vestido con chaleco, camisa de cuello amplio y pantalones negros, el joven genio de cara imberbe y casi infantil –que por momentos evoca a la célebre fotografía que algún anónimo tomó de Rimbaud a sus 17 años– pasa de manera apresurada un grupo de carteles con las palabras clave de Subterranean Homesick Blues –la primera canción de Dylan que entró en el Top 40 del Billboard estadounidense–. Mientras los carteles se suceden uno tras otro –al ritmo del riff que Dylan tomó prestado de la canción Too Much Monkey Business, de Chuck Berry– en el borde izquierdo de la toma, con una bufanda blanca y un llamativo bastón de peregrino, Allen Ginsberg entabla un debate con otro hombre embastonado. Dylan deja caer el último cartel con la leyenda “What??” inscrita en rotulador negro y abandona la toma. La música cesa. Ginsberg y su acompañante se separan. El que probablemente sea el mejor rockumental de la historia acaba de comenzar.

Don’t Look Back, dirigido por el prolífico documentalista D.A. Pennebaker, es una recopilación de instantes acaecidos durante el tour que Bob Dylan realizó en siete ciudades de Inglaterra, del 30 de abril al 10 de mayo de 1965, que dio inicio en el Sheffield City Hall y concluyó con dos fechas en el legendario Royal Albert Hall de Londres.

Desde los primeros segundos del metraje puede percibirse la gran pericia de Pennebaker para establecer un estilo visual que defina al filme: la hermosa fotografía en blanco y negro –con el grano de la película profusamente estallado al tratarse casi en su totalidad de secuencias filmadas con poca luz– adquiere un impacto extraordinario al combinarse con el frenético manejo de la cámara en mano –al más puro estilo del guerrilla filmmaking– y la intencionada sobreutilización del close-up extremo y súbito, que imprime en la retina, con una extraordinaria fuerza estética, las facciones de Joan Baez, Donovan, Allen Ginsberg y del propio Dylan.

La intención de Pennebaker no es hacer un collage musical, sino crear un retrato multifacético de Dylan a través de sus reacciones frente a diferentes estímulos del entorno. Es con ese objetivo en mente que Pennebaker fragmenta al poeta en una multitud de Dylans: el tímido cantante de folk que teatro tras teatro inicia su show con la poderosa The Times They Are A-Changin’; el joven que responde –y en ocasiones tortura– con desparpajo, humor y sarcasmo a los reporteros que lo asedian en busca de significados y mensajes ocultos en sus letras; el chico enamorado de Baez que comienza a abandonar su amor por ella y por la música folk; el bufón que camina con un foco gigante a sus entrevistas; el idealista que responde con ira al reportero de Time Magazine que le lanza con violencia un “Do you care about what you sing?“; el niño que toca Only a Pawn in Their Game en un rally de votantes negros en Misisipi; el filósofo limitado; el poeta innato; y todo ello entrelazado como una brillante pieza de relojería en uno de los estudios de personaje más maravillosos que el cine nos ha otorgado.

Para el recuerdo queda la secuencia en la que Donovan interpreta To Sing for You, frente a ese Dylan en el pico de sus capacidades que, tras aplaudir brevemente, toma la guitarra para interpretar su más reciente sencillo It’s All Over Now, Baby Blue, evidenciando –de forma dolorosa para Donovan– la diferencia entre el talento y el genio. “The vagabond who’s rapping at your door // Is standing in the clothes that you once wore”. Absolutamente increíble.

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