Es ingenuo pensar que el cine mexicano atraviesa actualmente por una buena racha creativa. La precaria producción anual de cintas y la escasa calidad de éstas, son situaciones que se disfrazan con algunos premios internacionales que, irónicamente, han conseguido aquellos cineastas cuyo trabajo se desarrolla fuera del establishment fílmico nacional. Artistas que, a pesar de ser premiados en festivales de la talla de Cannes, continúan siendo ignorados, de manera ridícula e incomprensible, por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, en una clara muestra de que, lejos de pasar por una buena racha, la industria del cine mexicano sigue siendo un grotesco caos.
Después de Lucía narra la historia de una joven estudiante que, tras la muerte de su madre y su posterior mudanza a la capital del país, debe lidiar, por culpa de un video sexual que inocentemente protagoniza, con el desafortunado, y cada vez más común, proceso de abuso escolar conocido como bullying, convirtiendo a las constantes vejaciones de sus compañeros en una grotesca rutina diaria.
La joven protagonista, interpretada por una talentosa Tessa Ia, sufre en silencio las incontables humillaciones de su, en un inicio, grupo de amigos, con la intención de no causarle mayor pesar a su padre, un chef profundamente deprimido por la muerte de su esposa e incapaz de manifestar sus emociones, a quien da vida Hernán Mendoza en un terrorífico esfuerzo histriónico.
Después de Lucía es una recolección casi clínica de los procesos de manejo de emociones asociados a dos eventos de gran impacto en la psique humana; por un lado el duelo de una familia que pierde a uno de sus pilares fundamentales, desarrollando sentimientos de culpabilidad y profundas crisis emocionales que devienen en la pérdida del sentido vital; y por otro lado la génesis, maravillosamente retratada por Franco, de los procesos fortuitos que dan lugar a la creación del rol del chico(a) abusado dentro de un grupo social.
Filmada con una parquedad que contribuye al desarrollo de una poderosa atmósfera de veracidad, Después de Lucía es un testimonio extraordinariamente equilibrado, sensato y creíble, sobre la capacidad destructiva del abuso psicológico y físico en un ambiente escolar que, a pesar de estar contenido en un océano de reglas, termina funcionando como una especie de jungla en donde la ley del más fuerte cobra especial importancia, y donde los adolescentes, sujetos a cambios físicos y psíquicos importantes, evidencian sus inseguridades a través del ejercicio del poder en forma de actos de crueldad inusitada.
La desoladora y magistral conclusión del segundo filme de Michel Franco es un poderoso golpe emocional que se queda grabado en la memoria, un interesante tratamiento que abre el debate apenas se abandona la sala, y un despliegue de estilo que deja en claro el tono narrativo de este joven director que funge, junto a un pequeño puñado de talentosos artistas, como un pequeño salvavidas que mantiene a flote a ese gran obeso mórbido que es el cine mexicano.