Deliverance (1972)

Mucho cine se ha hecho en torno a los devastadores efectos de la modernidad, esa bestia que día tras día avanza implacable, jalando tras de sí a la mayor parte de la humanidad y devorando, sin miramiento alguno, a aquellos que deciden ignorarla o apartarse de su camino. Ejemplos como la Metropolis de Fritz Lang, o los Modern Times de Chaplin, que analizaban los efectos de la tan maravillosa como peligrosa revolución industrial, vaticinaban ese gran conflicto, ya presente en el momento de sus respectivos estrenos pero agravado sin duda en las décadas subsecuentes, que habría de presentarse entre el hombre común, la modernidad y las máquinas que la harían presente en el mundo.

La interminable lista de cintas que exponen la eterna lucha de la humanidad contra la modernidad mediante esa alegórica batalla entre hombre y máquina, contrasta con el menudo número de películas que analizan el mismo conflicto, pero desde el punto de vista del duelo entre la psicología del hombre que se ha convertido ya en un engrane de la modernidad y aquel que ha decidido, por decisión propia o por mera circunstancia, quedar fuera de su influencia.

Es precisamente ese el tema central de la grotesca pesadilla imaginada por el escritor norteamericano James Dickey, autor de la novela homónima y del guión que el director John Boorman utiliza para plantar, sin miramiento alguno en la mente de un psíquicamente destrozado espectador, una alegoría sobre las consecuencias muchas veces ignoradas de nuestra venerada modernidad.

Cuatro amigos deciden hacer un viaje en canoa a través del ficticio río Cahulawassee antes de que sea convertido en un gigantesco lago por la construcción de una presa. El viaje, que duraría todo un fin de semana, inicia en un poblado prácticamente incomunicado de la civilización moderna, al que los cuatro viajeros llegan en busca de alguien que pueda llevar sus vehículos al punto final del trayecto, mientras ellos descienden por el río en canoa, para poder recogerlos ahí e irse tranquilamente a casa.

Los cuatro empresarios, interpretados por Ronny Cox, Ned Beatty, un forzudo Burt Reynolds y el casi siempre estupendo Jon Voight, llegan con sus canoas y sus autos al poblado que se encuentra en la margen más alejada del río, para encontrarse con un perturbador grupo de campesinos, algunos aparentemente afectados por males congénitos, que chocan completamente con la imagen de aquellos hombres paridos por la modernidad occidental. Es a partir de ese primer contacto con los habitantes de la margen del río, que el supuesto viaje de placer comienza a convertirse en una auténtica pesadilla que va empeorando conforme las canoas de los cuatro amigos inician su descenso hacia la presa.

El filme, que recibió gran atención mediática al momento de su estreno por una cruenta secuencia de agresión sexual, es en su conjunto una grotesca pesadilla que consigue atar con maestría los diversos cabos sueltos que va dejando su narrativa, y que explota de forma maravillosa la paranoia que induce en un individuo el sentimiento de no pertenencia, así como el miedo del ser humano a lo diferente, miedo que, llevado a una mayor escala, se transforma en ese cruel deseo de destrucción disfrazado de modernidad.

Boorman construye un viaje intenso y desolador, plagado de secuencias memorables y actuaciones dignas de ovacionar, al grado de que el actor Ned Beatty nunca cesó de repetir que la película había arruinado su carrera, ya que su convincente y desgarradora interpretación en una de las secuencias más potentes del filme, dio como resultado que ningún estudio quisiera darle un papel importante durante varios años, al asociarlo invariablemente con la terrible escena.

Thriller desgarrador que juega a ser cinta de horror, Deliverance ha alcanzado ya el estatus de filme de culto, convirtiéndose en una referencia inevitable para la carrera de John Voight y en precursora del cine con conciencia ambientalista que, a pesar de ser considerado como algo ordinario en un contexto social moderno, hace cuarenta años apenas comenzaba a emerger. En definitiva, un verdadero clásico.

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