Después de los elogios, los brindis y las galas de premiación, productos de la admiración de la crítica y el público ante una extraordinaria obra de arte, se materializa uno de los más grandes problemas del artista moderno: satisfacer las enormes expectativas que engendrará su siguiente trabajo. Es esta presión, muchas veces devastadora, el motor que ha encumbrado a incontables genios contemporáneos y dejado en el olvido a aquellos incapaces de ponerse a la altura del complejo reto creativo.
Audiard construye su relato mediante estereotipos que se han sobreutilizado hasta el hartazgo en la cinematografía contemporánea. Por un lado tenemos al personaje de Schoenaerts, un bruto cuya única posibilidad de integración social se centra en trabajos de vigilancia, ya sea de discotecas o bodegas, con lo que consigue mantener a un pequeño hijo que desprecia y conquistar ocasionalmente a alguna chica asidua al gimnasio en el que se ejercita diariamente. En el otro extremo tenemos al personaje de Cotillard, una chica sencilla que vive como entrenadora de orcas en un parque acuático y que por azares del destino pierde las dos piernas en un desafortunado accidente, desgracia que, como podrán imaginar, termina por unir a la bella y a la bestia.
Predecible hasta decir basta, el relato de Audiard cuenta una historia sencilla que termina por encasillarse en un conjunto de viñetas que, a pesar de estar bellamente filmadas y musicalizadas, conceptualmente remiten al espectador a un centenar de dramas intrascendentes, al uso de la ternura más cliché y a la poca multidimensionalidad de esos personajes que intentan conectar a través del impacto asociado a sus desgracias, pero que fracasan al momento de exponer en pantalla cualquier motivación que no apele directamente a la reacción visceral del espectador.
De rouille et d’os termina siendo una experiencia manufacturada a partir de elementos de mucha calidad, pero cuyo trabajo en conjunto deja mucho que desear, situación que sumerge al filme en un tedio del que pocas veces consigue salir a flote y que deja entrever un momento complicado dentro de la carrera de Audiard, el cual, desbordante de imaginación y sensibilidad, había llevado al público a la cima de su talento tres años atrás y ahora, con este experimento, lo regresa de un bofetón a nivel del suelo.