Cosmopolis (2012)

Robert Pattinson quiere un corte de cabello, y a pesar de que su cabeza, moldeada a imagen y semejanza del übermensch del siglo XXI, parece tener todos los pelos perfectamente alineados y en su lugar, el magnate veintiochoañero, dueño de una empresa constituida por jóvenes inteligentísimos que se dedican a invertir en bolsa, decide no posponer el mentado corte ni un segundo más, de forma que sube a su enorme limusina y se embarca en la travesía que da sentido a la nueva película de uno de los directores de cine más talentosos de nuestra era.

David Cronenberg ha pasado por una gran cantidad de fases creativas a lo largo de su carrera, sin embargo, la racha fílmica que inició con el estreno de Spider en el 2002, a lo largo de la que presentó cuatro obras de factura extraordinaria, lo hizo abandonar ese estatus de cineasta de culto que ostentó gracias a cintas como Videodrome, Naked Lunch o The Fly, para convertirlo en uno de los directores contemporáneos más respetados, mostrándose eficaz y espectacular, pero siempre pendiente de mantener ese acercamiento perversamente intelectual que ha terminado por convertirse en su sello personal.
En Cosmopolis, Cronenberg adapta la treceava novela del célebre autor norteamericano Don DeLillo, en la que un joven magnate decide cruzar Manhattan de punta a punta para conseguir un corte de cabello, sin contar con que deberá surcar, inmerso en un inamovible tránsito vehicular, varias situaciones y encuentros fortuitos con su esposa, colaboradores, amantes, manifestaciones violentas y hombres que lo quieren ver muerto. Todo dentro de la tecnológica limusina que lo pasea a lo largo de este relato en el que DeLillo pretendía explorar, con una forma narrativa reminiscente al Ulises de Joyce, la psique de aquellos hombres responsables del colapso de la famosa burbuja dot-com en el año 2000.
Pedante, pretenciosa, insufrible y verborreica, son algunas de las objeciones más comunes que suelen encontrarse en las críticas a esta cinta que tuvo, al momento de su estreno, un recibimiento agresivo por parte del público en general. Situación entendible al tomar en cuenta que el filme transcurre casi enteramente dentro de una claustrofóbica limusina, y que básicamente no ocurre absolutamente nada mas que una serie de cuidados diálogos en los que se intenta resumir la filosofía que motiva a la clase dirigente del mundo moderno.

Sin embargo, es precisamente esa estructura atípica, aunada a la habilidad de Pattinson para interpretar a un zombi corporativo que es en sí mismo una burda, evidente, pero muy efectiva metáfora de ese salvaje organismo que es el mercado de valores, lo que convierte a Cosmopolis en una cinta estupenda, la cual, a pesar de sus evidentes fallos de lógica secuencial, es en su conjunto un brillante análisis tanto de los procesos mentales que motivan a los insaciables brokers del siglo XXI como de la lucha que la sociedad común y corriente mantiene, bien a bien sin saber por qué y cayendo la mayoría de las veces en evidentes contradicciones, contra ese capitalismo que gradualmente se ha apoderado de nuestras estructuras de poder y que ha tomado ya el control absoluto de nuestra psique.

Minimalista hasta decir basta y basada enteramente en las capacidades de sus actores, Cosmopolis es un triunfo más de Cronenberg, quien además de filmar con éxito la aparentemente infilmable novela de DeLillo, consigue transmitir un discurso terriblemente actual, con la capacidad de excitar la mente del espectador y mantenerlo, a pesar de la casi total carencia de acción física en la cinta, elucubrando alrededor de los diálogos que se suceden como balas y que terminan por dibujar el retrato de una sociedad dividida en dos bandos: por un lado los verdugos, emocionalmente insaciables, al punto de buscar su propia destrucción con tal de sentir nuevos impulsos, y por otro la sociedad sometida e impotente, cuya incomprensión del devenir mundial es aterradora y cuyo principal deseo es ser salvada, a pesar de no comprender siquiera lo que eso significa.

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