Cloverfield (2008)

La figura del monstruo dentro de la historia de la humanidad siempre ha tenido un rol crucial como documento histórico-cultural. Esa figura totémica ficticia capaz de cometer las peores atrocidades suele ser casi siempre un reflejo innegable de los miedos del grupo social que lo imagina, ocultando bajo garras, dientes y largas colas, una serie de conflictos trascendentales que muchas veces pueden contextualizar de forma acertada una población o incluso una época determinada de la humanidad.

El monstruo entendido como manifestación cultural ha sobrevivido hasta nuestros días y sigue siendo un recurso muy utilizado para motivar el llenado de las salas de cine. Consciente de este hecho y ansioso por reavivar la llama que durante el siglo pasado engendró a íconos monstruosos de la talla de Godzilla, King Kong, o The Blob, el director Matt Reves, en colaboración con el rey midas de la televisión J. J. Abrams y el guionista Drew Goddard, decidió revivir la fiebre por esas criaturas que de una forma u otra aparecen en la tierra con el único propósito de destruir edificios y pisotear humanos.

Cloverfield es una cinta que tuvo un fuerte impacto mediático debido a la brillante campaña publicitaria que, de forma gradual y críptica, daba pistas sobre la trama, escrita y filmada desde el más absoluto secreto, creando un halo de misterio que funcionó como el perfecto gancho publicitario de una de las películas más divertidas y dinámicas que se han filmado en los últimos años sobre alimañas gigantes.

La historia, que resulta en extremo simple, sigue durante hora y media a un grupo de jóvenes yuppies de Nueva York, que después de sentir un fuerte terremoto en la fiesta de despedida de uno de ellos, se percatan de que una colosal criatura está destruyendo Manhattan y deciden, de acuerdo con la lógica más elemental, largarse lo más rápido posible de la isla neoyorquina.

El giro del filme consiste en que toda la narración se hace a través de la cámara portátil de video que uno de los personajes carga en todo momento, supuestamente encendida para documentar la fiesta de despedida, pero eventualmente transformada en el principal testigo de los descabellados acontecimientos.

Matt Reves presta mucha atención a los pequeños detalles que hacen que la cinta pase de ser una simple película de acción a un evento fílmico entrañable, manteniendo un ritmo envidiable y creando una historia de amor dentro del inmenso caos generado por el monstruo, que se resuelve a mil por hora y de forma acertada, entre explosiones, fauces gigantes, edificios colapsados y arañas voraces.

Cloverfield es una cinta que no propone algo nuevo en cuestiones narrativas, visuales o temáticas, sin embargo es una experiencia vertiginosa que atrapa al espectador y, como si de una montaña rusa se tratara, lo sacude durante un buen rato hasta dejarlo con los ojos bien abiertos, recuperando el aliento en la oscura sala de cine.

Mucho se ha dicho acerca de que la cinta pretende ser una dura crítica a la clase media-alta neoyorquina, afirmación que de ser así constituye un fracaso total del objetivo del filme, pero honestamente prefiero dejar de lado esas pretenciones y tratar a Cloverfield como lo que es: una gran película de acción.

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