En el albor del siglo 21 podría sonar ridícula la afirmación de que existe una fuerte censura a los contenidos y a la forma en la que éstos se presentan en el cine, sin embargo esto es completamente cierto. Dicha censura no se impone a través de un organismo de regulación fascista, sino a través de los propios realizadores, que inmersos en los cánones de la sociedad occidental moderna son incapaces de jugar con ciertos temas que continúan siendo tácitamente intratables.
Resulta interesante identificar que los actos de crueldad fílmica siempre son más impactantes cuando se ejecutan sobre un individuo que sobre un colectivo, justo como en la vida real. La sociedad asume como un mal inevitable la muerte por hambruna de los millones de habitantes de Somalia, mientras que no puede evitar sentirse directamente agredida por algún caso de violencia machista ocurrido en su vecindario. Es por esto que el espectador puede sentarse sin problemas durante horas a ver cómo una serie de robots asesinan y mutilan a miles de personajes anónimos, pero no pueden soportar quince segundos de la violación individual de un infante en pantalla. Así estamos programados.
Sam Peckinpah conocía perfectamente el impacto que esa violencia individual generaba en su público, y a lo largo de toda su carrera utilizó esto para jugar de forma extraordinaria con uno de los tabús más grandes de la sociedad occidental moderna, el machismo, ganando con esto una fuerte agrupación de detractores que lo atacarían hasta el final de sus días.
Después de ver algunas de las obras de Peckinpah resulta innegable el dominio cinematográfico y la potencia emocional que se destila en sus filmes más clásicos, dentro de los que Bring Me the Head of Alfredo Garcia ocupa uno de los lugares más importantes, tanto para los fanáticos del director norteamericano como para el propio Peckinpah, quien aseguraba que BMTHOAG era el único filme que había realizado y estrenado bajo su completo control.
La cinta comienza con una escena de soberbia brutalidad en la que el mítico Emilio “El Indio” Fernández, en su papel de cacique de un pueblo mexicano, interroga a su hija en busca del nombre del canalla que la embarazó, hasta que después de una violenta vejación pública consigue el nombre de Alfredo García. Es precisamente en ese momento que se organiza un escuadrón de la muerte comandado por dos sanguinarios asesinos “gringos”, cuyo objetivo es encontrar al truhán que ofendió el honor de la familia del cacique y decapitarlo para cobrar la recompensa impuesta por “el jefe”.
Un sinfín de complicaciones acontecerán en la carrera por encontrar la cabeza de Alfredo García, búsqueda a la que se añade el pianista de un bar de mala muerte, interpretado por el fabuloso Warren Oates, y su chica, una prostituta a la que da vida una joven y atractiva Isela Vega, quien será el foco de toda la misoginia del filme y cuyas desgracias transformarán al personaje de Oates en una máquina de matar sedienta de venganza.
El terrible alcoholismo que sufría Peckinpah durante el rodaje del filme se refleja en cada una de las secuencias de la cinta, dando como resultado una película sucia, decadente, perversa y absolutamente fantástica, que constituye una renovación del western de la segunda mitad del siglo pasado y retrata a un México que, como ahora, sobrevive entre las ruinas de una civilización paupérrima controlada por la violencia de unos cuantos líderes.
Todos los detalles que caracterizan al cine de Peckinpah están presentes en BMTHOAG, las secuencias de acción a cámara lenta, la casi palpable suciedad estética, la desaforada violencia, el inteligente desarrollo de secuencias extremadamente grotescas y la elaboración de personajes cuasi animales a los que se les perdonan sus crímenes del mismo modo que al tigre que mata para sobrevivir. Es esa jungla que se dibuja en el filme la que lo mantiene vigente, ya que en ningún momento se tiene algún tipo de condescendencia frente al espectador, el cual termina sometiéndose básicamente a un viaje sin escalas al infierno. Un viaje que muchos directores han intentado retratar, pero que muy pocos han sido capaces de ejecutar con tal maestría.