Brand Upon the Brain! (2006)

Nunca había escuchado hablar de Guy Maddin hasta el día de ayer, en el que por casualidad tuve la oportunidad de presenciar una de las películas más increíbles que he visto en mucho tiempo. Este director canadiense ha decidido revivir la estética del género silente de los veintes, pero con adaptaciones narrativas y estéticas que lo convierten en un cineasta único y digno de un arduo estudio.

Brand Upon the Brain! es una película impactante en el más puro sentido de la palabra, que centra su historia en la intensa relación edípica de un niño, cuya madre es la jefa de un orfanato en el que se rumora que ocurren perversos crímenes.

Una filosofía tremendamente oscura se esconde en el viaje psíquico que realiza el protagonista ya adulto, mientras recuerda sus años de juventud y las personas que jugaron un papel fundamental en su vida. Un padre inventor, adicto al trabajo y completamente ausente de la dinámica familiar, que únicamente sale de su laboratorio para hacer cosas oscuras con la madre del chico; una hermana rebelde que motiva la envidia de la madre y que busca liberarse sexualmente de cualquier forma posible; una detective que pretende desentrañar los misterios del orfanato haciéndose pasar por hombre y decenas de niños con extrañas marcas en la cabeza.

La historia, que debe analizarse a conciencia ya que se encuentra llena de sutilezas y dobles sentidos, se ve potenciada por el brutal manejo visual, que recuerda un poco a lo que intentó hacer Elias Merhige con la ultraviolenta Begotten, pero que Maddin logra realizar con un nivel de maestría absolutamente impresionante, gracias a sus métodos tradicionales en los que utiliza lentes y filtros antiguos, en contraposición a los postprocesos digitales de Merhige.

Desde el inicio el director nos deja claro que Brand Upon the Brain! no será una experiencia fácil de asimilar, pero si logran adaptarse al estilo narrativo, descubrirán que es una obra con una exquisitez visual incomparable y un guión tan poético y complejo que quedarán totalmente asombrados. Todo esto sin contar el estupendo soundtrack de cuerdas que acompaña a la cinta y la narración esporádica de Isabella Rossellini, que junto con los carteles silentes ayudan a contar esta bizarra pero indispensable historia de odio, compulsión, misterio, absurda decadencia y sobre todo grotesco amor verdadero.

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