Bone Tomahawk (2015)

El wéstern (con acento en la é ahora que la RAE ha aceptado la palabra dentro de la lengua española) ha sido uno de los géneros seminales del cine durante sus poco más de doce décadas de historia.

Ya en 1903 hacía su aparición el que para muchos es el primer wéstern de la historia, The Great Train Robbery: filme de 10 minutos de duración que narraba –con bastante violencia para la época– el asalto que un grupo de malechores perpetraba contra un ferrocarril de pasajeros y su posterior encuentro con la ley. A poco más de un siglo de ese hito cinematográfico, el wéstern se ha adaptado a los gustos y expectativas del público, pasando por el reinado de John Ford, John Wayne, el Spaghetti Western, el Acid Western, y los más recientes esfuerzos de cineastas como John Hillcoat, los hermanos Coen, o Quentin Tarantino, quienes han tratado de renovar el género apoyándose en los códigos estéticos y temáticos del wéstern clásico, y al mismo tiempo introduciendo juegos narrativos propios de otros géneros.

Es precisamente esa mezcolanza de géneros el sello indeleble de Bone Tomahawk, la brillante ópera prima con la que el director y guionista norteamericano Craig Zahler ha acaparado los reflectores del circuito fílmico independiente –por ridículo que suene llamar independiente a una película que cuenta con las actuaciones de Kurt Russell, Matthew Fox, Richard Jenkins, Patrick Wilson y David Arquette–.

Desde los primeros instantes de la película, en donde vemos a un par de forajidos adentrarse en el terreno sagrado de una tribu con funestos resultados, se percibe, en parte por la violencia desplegada, y en parte por el virtuoso y aterrador manejo del encuadre, que no estamos ante una experiencia fílmica ordinaria.

La cinta, estructurada de forma puramente lineal, se centra en el viaje que un grupo de hombres –comandados por Kurt Russell en su papel de sheriff de un pequeño pueblo– emprenden rumbo al “valle de los hombres hambrientos” para rescatar a tres incautos que fueron secuestrados por una tribu de caníbales trogloditas. Poco más puede narrarse al respecto, sin embargo, la simplicidad de la trama contrasta con la inventiva y el virtuosismo de su ejecución. Zahler sabe que no le resultará difícil al espectador anticipar el resultado final de la aguerrida misión de sus personajes, por lo que sacrifica la introducción de giros inesperados en pos de crear una atmósfera cuidadosamente elaborada y francamente aterradora.

Wéstern persecutorio que por momentos pareciera un remake de Predator (1987) en el salvaje oeste, Zahler consigue elaborar una cinta con estupendas dosis de acción, sin sacrificar en momento alguno la inteligencia de sus diálogos y la fatídica atmósfera que, en sus momentos más tensos y gracias a la cámara del fotógrafo Benji Bakshi, recupera el virtuosismo que Tobe Hooper mostró en la inolvidable Texas Chainsaw Massacre (1974) para filmar escenas terroríficas a plena luz del día.

Frenética, hiperviolenta y divertidísima cinta que coloca a Zahler como un talento digno de seguirse muy de cerca, Bone Tomahawk sobresale como una película que en su irreverencia, en su intencionada mezcla de géneros, y en su ausencia de pretensiones más allá del entretenimiento inteligente, se rehúsa a asumirse como la salvadora del wéstern moderno. Lo interesante es que, irónicamente, tal vez lo sea.

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