Big Eyes (2014)

La carrera de Tim Burton es una montaña rusa de aciertos y abominaciones. Cuando el carrito va subiendo tenemos genialidades del calibre de Ed Wood, Edward Scissorhands o la menospreciada Corpse Bride, pero cuando el carrito comienza su caída libre Burton es capaz de manufacturar bodrios como Planet of the Apes, Alice in Wonderland o, por desgracia, su más reciente filme Big Eyes.

Todo marcha mal desde la concepción de una película que inicialmente sería dirigida por Scott Alexander y Larry Karaszewski, la dupla que escribió la legendaria cinta Ed Wood, y que en esta ocasión adaptó la historia de Margaret Keane, una mediocre pintora norteamericana que se dedicó a crear arte decorativo en serie a la sombra de su esposo, un hábil mercader y publicista, quien se proclamó ante el público como el autor de las pinturas de su mujer.
El problema viene cuando Burton entra en la ecuación y decide fungir como productor del filme, eventualmente desplazando a sus dos antiguos colaboradores para asumir el rol de director, con una historia demasiado trabajada y demasiado ajena al estilo que el director norteamericano ha desarrollado a lo largo de su carrera.
El resultado es un filme en el que Burton aparece casi como director de encargo irreconocible en forma y fondo, componiendo escena tras escena de un anecdotario que a pesar de ser profundamente mediocre podría haber abordado conceptos bastante interesantes, ya sea la eterna lucha del arte decorativo contra el arte “respetado”, o el funesto vínculo entre el artista y el impredecible mercado del arte, temas que se mencionan con bastante superficialidad para darle el verdadero protagonismo a la incómoda, insufrible y exagerada actuación de un Christopher Waltz que película tras película se convierte en una mala copia de los papeles que lo hicieron famoso, exhibiendo uno de los rangos histriónicos más limitados del panorama fílmico contemporáneo.

Pausada, delicada y completamente contrapuesta al imbécil papel de Waltz, Amy Adams logra salvar por momentos ese buque narrativo que Burton se empeña en mandar a pique en cada secuencia, mostrando su talento como actriz pero viéndose sobrepasada por el hilo argumental débil, tedioso y profundamente reiterativo que define al filme.

Big Eyes, al igual que la obra de Margaret Keane, no merece un lugar en la memoria. Pasemos pues al proceso del olvido.

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