El inicio de Argo, tercera película del venido a menos como actor pero reverenciado en su reciente faceta como director, Ben Affleck, arranca de cero a cien en menos de un par de minutos. Mediante una pacífica y breve transición en forma de prólogo, el filme relata la forma en la que el pueblo iraní derrocó a finales de la década de los setenta al corrupto Sha que los gobernaba, para colocar en su lugar al Ayatolá Jomeini como máximo dirigente y establecer un régimen rigurosamente islámico, cuyo objetivo era combatir las propuestas occidentalizadoras del Sha y defender los valores del pueblo musulmán.
La secuencia inicial, que inaugura ese estupendo frenetismo presente durante todo el metraje, es una pequeña probada del maravilloso trabajo de edición que Affleck y su equipo realizaron, apoyados por un arduo trabajo de investigación filmográfica que recopiló y analizó de forma exhaustiva el material fílmico de la época, de modo que se pudieran reproducir de la forma más fidedigna posible, tanto los eventos que consiguieron ser filmados por los noticieros de aquellos tiempos, como la atmósfera de un país en el que coexistían, de forma anacrónica, un conjunto de valores islámicos antiquísimos y profundamente enraizados, con incipientes pero innegables manifestaciones de la cultura occidental moderna.
Argo se presenta como una reinvención, corregida y aumentada, de lo que pudo haber sido la operación mediante la que el gobierno de los Estados Unidos rescató a seis miembros de la embajada norteamericana secuestrada, enviando a una especie de mercenario (Affleck) especialista en sacar a gente de países inmersos en conflictos severos, el cual se hace pasar como productor de una cinta de ciencia ficción que busca locaciones en Irán, de forma que los seis norteamericanos consigan hacerse pasar por su equipo de filmación y escapar del conflictivo país.
Affleck utiliza el artículo que Joshuah Bearman escribió para la revista Wired en el año 2007, cuando la información sobre la operación fue desclasificada como documentación secreta, como base bibliográfica de la cinta, para luego moldear a placer, y al más puro estilo hollywoodense, a un conjunto de personajes dentro de los que él asume el papel cliché de héroe absoluto: brillante, con problemas de autoridad pero siempre dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar a “su país”, el cual se enfrentará a la siempre palpable maldad que absolutamente todos los iraníes llevan dentro.
Es su evidente pero inevitable parcialidad narrativa el aspecto que más demerita la calidad del filme, sin embargo, los acontecimientos se narran con tal agilidad, que permiten mantener al público completamente inmerso en la tensión que Affleck consigue generar, aún conociendo la conclusión del hecho histórico, situación que le hace olvidar al espectador el hecho de que en realidad ninguno de los personajes que está viendo, con excepción tal vez del protagonista, tiene un desarrollo medianamente interesante, convirtiéndose el filme en un estupendo catalizador de emociones a través de una trama por demás simple, convencional y lineal.
Fríamente analizado, Argo es un producto perfectamente diseñado para satisfacer al espectador promedio de una sala de cine, situación que convierte, al menos desde mi punto de vista, a Ben Affleck en un genial manufacturador y comerciante de la industria fílmica hollywoodense, y en uno de los más fuertes candidatos para los premios que se le darán al cine comercial este año.