La corrección política es el cáncer del siglo XXI. Cada vez que una película se atreve a abordar un tema medianamente polémico, el público contemporáneo espera que el filme funcione como un microcosmos perfectamente equilibrado, que no sólo presente los eventos desde el punto de vista más estéril posible, sino que exponga siempre en primer plano la visión aceptada por la mayoría, contrastada casi siempre con la aparición de villanos que eventualmente recibirán una lección moral o se redimirán en actos de insulso heroísmo.
Pareciera que el público ha olvidado que una obra de arte no tiene la obligación de ser equilibrada, ni de dar lecciones morales, ni de hacer del mundo un lugar mejor. La obra de arte (en este caso, el cine) funge como una representación muy particular de “una” realidad y no de “la realidad” global, sin embargo, la ridícula noción de que el arte debe ser eternamente respetuoso de todas las visiones ha devenido en la gradual reaparición de un sinnúmero de temas tabú, que deben ser tratados con la mayor corrección política en caso de no querer sufrir las cada vez más duras consecuencias mediáticas. Realizadores geniales como Sam Peckinpah o John Waters no tienen cabida en el tibio siglo XXI.
Es precisamente ese alejamiento del equilibrio tradicional de los filmes de guerra contemporáneos el aspecto más valioso de American Sniper: a Clint Eastwood, en su papel de director, le da igual la reivindicación de los iraquíes o las atrocidades que se han hecho en pos de “la libertad”, a él lo que le interesa es hacer un panfleto en favor de la criticada invasión estadounidense a Iraq, exaltando los valores más rancios del heroísmo norteamericano, y dejando de lado cualquier intento por presentar a los iraquíes como otra cosa que no sea irredentos terroristas o vulgares traidores.
Vamos, Eastwood quería hacer la mayor apología del patriotismo norteamericano posible: un compendio maniqueo de todos los clichés tras los que se fundamenta el amor a la bandera de las barras y las estrellas, dejando de lado cualquier intento por equilibrar la visión de ambos bandos y provocando, de forma intencionada, a los amplios sectores que no concuerdan con la forma en la que se ha conducido la guerra. Esto puede sonar repulsivo, y en verdad lo es, sin embargo, el carácter contestatario que se requiere para mostrar esta visión completamente desequilibrada, por el simple hecho de que el propio Eastwood cree en ella, es, dentro de los tiempos tibios y convencionales en los que vivimos, algo digno de aplaudir.
Por desgracia, esta provocación no es suficiente para rescatar un filme que, además de alienar a aquellos que no concuerdan con su panfletaria visión de la guerra, está filmado con una paupérrima habilidad compositiva (véase la secuencia de Bradley Cooper intentando que un Nenuco de plástico pase como bebé real; la grotesca secuencia en la que acaban con la vida del francotirador iraquí malvado; y finalmente la poca pericia visual de todas las escenas de acción, con excepción de la estupenda tormenta de arena), situación francamente sorpresiva, ya que la mancuerna que han hecho Eastwood y su fotógrafo de cabecera Tom Stern a lo largo de los años daba para mucho más.
De las actuaciones lo único que se puede decir es que Bradley Cooper se confirma como uno de los actores más sosos de su generación, siendo incapaz de generar el más mínimo impacto dramático aún en los momentos que advierten, de forma superficial y casi risible, los traumas que la guerra puede causar en los soldados que participan en ella.
Valiente pero desastroso experimento de un Eastwood que había mantenido en los últimos años una calidad prácticamente irreprochable, American Sniper fue sin embargo un extraordinario hit de taquilla, evidenciando el poder de convocatoria del incendiario patriotismo estadounidense, que ha tratado de enaltecer el filme a toda costa (incluso con amenazas de muerte a ciertos críticos inconformes). Al final del día los detractores de esta cinta podremos gritar, pero la muralla de millones de dólares tras la que se oculta Eastwood ensordece, con cierta razón, cualquier reclamo.