El cine coreano es uno de los que más satisfacciones me han dado en épocas recientes. La fantástica generación de directores que ha surgido en Corea del Sur, comandada por Park Chan-Wook, no sólo ha revolucionado el tratamiento visual del cine, sino que ha revitalizado las temáticas fílmicas, llevando los niveles de violencia y belleza a niveles insospechados.
I saw the devil es el provocador título de la sexta película de Kim Jee-Woon (A tale of two sisters), quien después de la ligera The good, the bad, the weird, regresa al campo que mejor conoce con una historia completamente irredenta y oscura, protagonizada por dos de los actores más sobresalientes que ha dado Corea en la última década, Choi Min-Sik (Old boy) y Lee Byung-Hun (A bittersweet life).
El maravillosamente abyecto homenaje que Ji-Woon hace a la célebre Flower of flesh and blood en la secuencia inicial del filme, abre de forma insuperable este relato obsesionado por la venganza, la misantropía, las pulsiones sexuales y la crueldad, que sigue el camino de un hombre empeñado en causar el mayor dolor posible al asesino de su esposa.
El desquiciado juego de cazador y presa se narra con una vertiginosidad tal, que el filme vuela a pesar de su larga duración, sin embargo el tratamiento que da Ji-Woon a la historia se aleja de la demencial originalidad a la que nos tienen acostumbradas las cintas coreanas y se ajusta mucho más a los cánones del mainstream hollywoodense, tanto por la linealidad de su trama como por su perceptible miedo a lidiar con el imaginario asiático verdaderamente extremo, situación contraria a lo que se había prometido durante la campaña publicitaria de la película.
La historia del demencial psicópata que no le tiene miedo a nada y de su obsesivo perseguidor, quien gradualmente se transforma en un animal más terrible que el que intenta cazar, funciona en parte gracias a la fotografía del primerizo Lee Mogae y a la a veces austera y a veces grandiosa banda sonora compuesta por Mowg.
El gran conflicto que tengo con I saw the devil radica en su resolución, que pone en entredicho la coherencia argumental de la cinta y que después del gran giro provocado por la obsesión sádica del protagonista, termina con un ejercicio simplista de veinte minutos, previsible y que no aporta absolutamente nada en términos narrativos o de impacto visual.
A pesar de todo, el manejo de la historia logra mantener el interés a lo largo de la proyección y somete al espectador a momentos de verdadera tensión emocional, aderezados con escenas de violencia muy gráficas que resultarán impactantes para muchos y gracias a las que seguramente se generará un culto acérrimo de jóvenes fanáticos del filme.