Nota: Antes de adentrarse en este texto es recomendable haber visto ‘Irreversible’ al menos una vez. En caso de que así sea, que lo disfruten.
Con motivo de este primer intento de análisis “a fondo”, volví a ver Irreversible hace unos días. Me aterra comprobar que este filme, dirigido por el que creo es el cineasta contemporáneo más arriesgado, innovador y comprometido con su visión del arte fílmico, lejos de hacerse más tolerable, con cada revisión no sólo se densifica, sino que crea capas narrativas y filosóficas adicionales, para retirarle aún más al espectador la capacidad de tolerar sus incendiarias secuencias y, al mismo tiempo, incrementar la complejidad de esos momentos de extraordinaria belleza a los que Noé es capaz de introducirnos.
Las primeras palabras que vienen a la mente después de ver la cinta son: amor y muerte, elementos que se encuentran de forma inseparable en prácticamente todas las manifestaciones artísticas, y que en este filme actúan como dos de sus tres ejes rectores principales, sin embargo, para analizar las trece secuencias que conforman la totalidad del filme de Noé, y para desglosar su fondo narrativo, es necesario referirse a las poderosas influencias, más literarias que cinematográficas, de las que Noé se vale para construir su película y hacerla funcionar como un conjunto perfectamente articulado.
La elección de contar la historia a través de secuencias que están ligadas entre sí de forma inversamente consecutiva, hecha por Noé para favorecer la concreción del mensaje fatalista de la cinta, le permite al director de origen argentino iniciar con uno de los clímax más descarnados que se hayan visto en la historia de la cinematografía comercial. Una inmersión, análoga en forma, al descenso de Dante y Virgilio a los infiernos en La Divina Comedia, con la diferencia de que el funesto viaje viene condicionado no por el anhelo turístico de Dante, sino por el deseo de venganza de Marcus, interpretado por el brillante Vincent Cassel, quien, después del extraordinario y ultra nihilista prólogo del filme, enloquecido por una rabia que en esos momentos le resulta inexplicable al espectador, cruza junto a Pierre, segundo pilar histriónico del filme, interpretado por un estupendo Albert Dupontel, esa famosa puerta en cuyo pórtico se abandona, y en este caso aún más, toda esperanza.
El descenso a los infiernos, el descenso a la locura y a la muerte, conceptualizado en la forma de un cavernoso antro homosexual de nombre Rectum, que incluso arquitectónicamente semeja por su intrincada red de pasillos a un laberinto intestinal, asume a la frenética cámara de Noé como guía, convirtiéndose la lente en una especie de Virgilio moderno, el cual se recrea en las caras y en los penes de los sufrientes pecadores, inflamados por una sexualidad incontrolable, quienes a través de grotescas danzas dignas del imaginario del Bosco, conducen a Marcus y a los espectadores por ese Malebolge, fabulosamente grotesco, en busca de la única pista que se tiene de la furia del personaje de Cassel: un hombre apodado Tenia.
Noé ensambla un maravilloso performance inaugural de odio, cuyo significado se relaciona directamente con el arquetipo del amor puro, a través de la Beatriz de esta cruel y poco divina comedia, encarnada por Monica Bellucci. Sin embargo, dicho antecedente no se plasma en pantalla por la evidente razón de que Noé creará, a través de la gradual revelación de las pistas que arman la historia, un potente suspenso para el público primerizo. Esta situación genera que la secuencia inaugural quede desnuda de todo propósito, para convertirse en un festival irrepetible de violencia, el cual culmina en la desesperanza total con uno de los asesinatos más brutales jamás filmados. Un asesinato cuya vertiginosidad aparentemente hace justicia a la rabia de los personajes protagónicos, pero que, al verse con ojo clínico durante el segundo y obligado acercamiento al filme, deja en claro que la redención en el cine de Noé es un privilegio inalcanzable.
Conforme se suceden las escenas, cada una temporalmente anterior a su predecesora, Noé relata a su público la búsqueda de Marcus (Cassel) y Pierre (Dupontel), para encontrar al proxeneta homosexual que viola a Alex (Bellucci) al salir de una fiesta, retrocediendo en el tiempo hasta finalmente revelar, en un pequeño y sádico broche de oro, que ese día por la mañana Alex había descubierto su condición de embarazada.
Inmediatamente se perciben en esta breve sinopsis dos de los elementos primordiales del análisis que se pretende hacer: el amor y la muerte. Erigiéndose como puente primordial entre ambas manifestaciones la relación inseparable entre odio y venganza, quedando de esta forma la simplista pero efectiva progresión de amor-odio-venganza-muerte.
En incontables ocasiones se ha utilizado la progresión emocional mencionada, tanto en el campo de la cinematografía como en el de la literatura, al grado de que el poema occidental más antiguo, La Iliada, se vale precisamente de ella para justificar la cruenta guerra de Troya, supuestamente ocurrida entre los siglos XIII y XII a.C., y desatada por el rapto perpetrado por Paris, príncipe Troyano, para apropiarse de Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, quien decide recuperar a su mujer invadiendo y destruyendo Ilión. Decir que Irreversible tiene la misma estructura que La Iliada, con una Esparta guerrera en la forma de Marcus, que se apoya en los reinos griegos vecinos (Pierre), para recuperar el honor de Helena (Bellucci), en una campaña sanguinaria contra Troya (El Rectum) y el raptor Paris (Tenia), sería aventurado y muy generalista, pero como se puede ver, la estructura amor-odio-venganza-muerte no deja de adaptarse bastante bien.
A pesar de la innegable efectividad de la estructura planteada, existe un último factor crucial que funge como aglutinante de los cuatro estadios mencionados, un factor que se adivina omnipresente al analizar de forma individual al amor, al odio, a la venganza y a la muerte: el poder.
Desde Homero y Sófocles hasta nuestros días, el poder es el personaje adicional que delimita absolutamente todas las interacciones entre los personajes de una obra literaria. Perenne obsesión de brillantes filósofos como Aristóteles, Nietzsche o Foucault, el poder actúa como el principal catalizador de todas las acciones que vemos plasmadas en Irreversible. Es el poder el que nos lleva de la mano por el nefando camino entre el amor y la muerte, es el poder el que define y motiva las actitudes de Marcus, de Alex, de Pierre, de Tenia, de los espectadores del Rectum, de la policía, y por encima de todos ellos, de la cámara de Noé. Es el poder el que indigna al público ante la imposibilidad de escapar de los ocho minutos ininterrumpidos de violación y golpiza a una mujer indefensa y, peor aún, hermosa, dando pie al sometimiento más absoluto de una audiencia que reprimirá, a toda costa, cualquier atisbo de excitación sexual ante uno de los cuerpos más deseados de Hollywood. Maravilloso.
Es por lo anterior que analizar los roles de poder en los personajes creados por Noé, conduce casi de manera automática a un desglose de las motivaciones y personalidades de cada uno de ellos, situación que desvela de forma sistemática una gran porción de los subtextos que se ocultan dentro del metraje de Irreversible.
El trío protagónico formado por Marcus, Pierre y Alex, presenta una relación de poder simbiótica y complementaria. Por un lado tenemos a Marcus, un hombre puramente regido por sus pulsiones sexuales y temperamentales, el cual funge como representación de la suprema libertad emocional, pero que, sin embargo, es presa del conjunto de sentimientos primarios que lo impulsan, volviéndolo incapaz de actuar con consciencia y fijándolo eternamente en “el instante”. Un Don Juan cuya epifanía de arrepentimiento ocurre al ver el cuerpo molido a golpes de Alex, pero que, a diferencia del Tenorio de José Zorrilla, que asciende al cielo entre coros celestiales, éste, como el de Tirso de Molina, es arrastrado con brutalidad al más abyecto infierno.
En la otra esquina tenemos a Pierre, supuestamente la figura más pasiva y dominada del trío (tanto por Marcus, como por Alex), quien, apabullado por la incontenible masculinidad de Marcus, disfraza su frustración y su repulsión hacia éste con una fachada de intelectualidad y cerebralidad emocional, la cual se fractura en la catártica carnicería inicial: un ataque de Pierre contra el supuesto violador de Alex, que sin embargo no sólo falla en su intento de destruir al culpable de la violación, sino que, incluso en ese momento de supuesta ira irracional, presenta a un Pierre incapaz de destruirle el cráneo a Marcus, violador simbólico de Alex, que no sólo se asume como mejor amante que él, sino que ha degradado intelectualmente a Alex con sus fiestas y sus supuestas costumbres retrógradas. A primera vista un acto de valentía y orgullo, el salvajismo desatado de Pierre no es mas que otra muestra de cobardía y de contención emocional.
Finalmente tenemos a Alex, el núcleo donde convergen todas las relaciones de poder de este tercio disfuncional. Paradigma de la belleza y de la pureza, el personaje de Bellucci sacrifica su faceta intelectual y cerebral, potenciada por Pierre, para sustituirla por el deseo de vivir con mayor intensidad a través de Marcus, quien inconscientemente la obliga, como receta para el disfrute vital, a adoptar comportamientos nuevos que, aunque percibe lejos de la intelectualidad a la que estaba acostumbrada, la emocionan y la revitalizan a pesar del sufrimiento que le ocasiona la percepción del instinto incontrolable de su pareja.
Es a través de este arquetipo femenino, verdugo de Pierre, esclavo de Marcus y profundamente idealizado por Noé, que la desgracia se potencia aún más, al no tener antecedente alguno del personaje mas que el de una pureza absoluta, situación que envilece aún más su sometimiento sexual. Sometimiento que nos lleva de la mano para finalmente desvelar las dos últimas relaciones de poder en la cinta: la de Tenia sobre Alex (y por extensión sobre el dúo protagónico masculino); y la de Noé con su público.
Irreversible cuenta con tres leitmotivs principales; el primero reflejado en la frase “Le temps detruit tout“, “El tiempo lo destruye todo”; el segundo materializado en la constante afirmación fatalista de que cada acto está predeterminado y es, precisamente, irreversible, situación que permite incluso la existencia de sueños o sucesos premonitorios; y finalmente el tercero, que establece la tesis de que el bien y el mal son inexistentes, que la violencia, la sexualidad, el amor y la muerte, son simplemente actos que no se deben intentar racionalizar ni explicar. Tenia es precisamente el núcleo de esta tercera tesis del filme, una especie de catalizador del caos en el relato, que a pesar de sus cruentas acciones no debe ser juzgado por la audiencia. La visión de Tenia sobre la vida es irrestricta, y se corresponde con la que Nietzsche le otorga a su célebre Übermensch: un hombre con la capacidad de crear su propio sistema de valores en respuesta únicamente a su voluntad de poder. Es de aquí que la momentánea pero desastrosa relación de poder entre Tenia y Alex no puede analizarse con las mismas reglas que las del trío protagónico, ya que aquí estamos hablando de un sistema de valores superior, carente de remordimientos, inconsecuente hacia el sujeto (en el sentido de sujeción de la palabra) y motivado por una búsqueda de placer que se otorga, a través de un círculo vicioso, por el mismo ejercicio del poder.
Es de esta forma que se conecta la breve aparición de Tenia con la última y más poderosa relación de poder que se establece durante Irreversible: la del filme con su audiencia. Noé sabe que, a grandes rasgos, el espectador promedio funciona bajo un estándar de valores socialmente impuestos, en el que la sexualidad y la violencia son condenados casi en igualdad de circunstancias, con lo que, en su afán de impactar al público, coloca como principales ejes de impacto hacia la audiencia a la secuencia del Rectum y a la de la violación. Es a partir de esos dos clímax que Noé cierne su poder sobre el espectador que, hasta cierto punto, está atrapado en la sala por la noción de haber pagado un boleto para ver la cinta, sometiéndolo en contra de su voluntad a presenciar eventos que atentan directamente contra su escala de valores y que, en el caso particular de los espectadores masculinos, los coloca, a través de la empatía que sienten por la belleza de Bellucci, en una situación de violación con la que psíquicamente están poco familiarizados. Lo anterior se evidencia en las declaraciones del propio Noé, que relatan las innumerables quejas que recibió, durante el estreno del filme, de parte de los espectadores masculinos por la escena de la violación, mientras que las mujeres, familiarizadas con el temor asociado a ser ultrajadas, no emitieron queja alguna.
En el aspecto visual, Irreversible es una bestia complejísima que tuvo que pasar por intensos procesos de postproducción para, de forma imperceptible a los ojos del espectador, hilar los extraordinarios movimientos de cámara que vuelan, aterrizan, y se desplazan con una fluidez impactante, por decenas de tomas imposibles que al mismo tiempo simulan construir una secuencia sin cortes en cada uno de los trece segmentos del filme.
En el aspecto sonoro, Noé se pone en las manos de Thomas Bangalter, miembro de la exitosa banda Daft Punk, quien ensambla un soundtrack alucinante aderezado en todo momento con sonidos de baja frecuencia, los cuales están diseñados para producir sensaciones de desorientación e incomodidad en la audiencia, y que dan como resultado una experiencia auditiva admirable que contribuye profundamente al efecto final del filme en el espectador.
Dos cuartillas era la extensión del guión con el que Noé consiguió el financiamiento de Irreversible, embarcándose en un intenso proceso de improvisación narrativa desde el primer día de rodaje. Proceso que, haya sido de forma intuitiva, o a través de una gran reflexión (¿a quién le importa?), dio como resultado una de esas cintas que se tatúan en alguna capa olvidada del cerebro y que, sin previo aviso, se aparecen constantemente en el torrente de recuerdos, maravillándonos por su valentía, por su inteligencia y por todo aquello que no se puede describir, pero vaya si se siente.