Envejecer es el proceso de tener cada vez más miedo frente a un espejo: miedo de ver en las arrugas los anhelos que se han ido acotando, miedo de percibir la cercanía de la muerte, miedo de adivinarnos intrascendentes y efímeros. Sin embargo, oculto detrás de ese cúmulo de miedos futuros que nos revela nuestro reflejo, yace el horror de darnos cuenta que nuestro presente ha dejado de tener sentido. Si todo futuro es aciago e intrascendente, todo presente también lo es.
‘Druk’, la más reciente película del cineasta danés Thomas Vinterberg, es el retrato de un profesor de preparatoria que tras correr el velo del espejo ha encontrado que su vida es una triste concatenación de rutinas inconsecuentes. Su amor por la docencia se ha esfumado, su matrimonio es una víctima más del tedio amoroso, y la inercia de continuar su vida por el mismo camino para no destruir lo que ha construido durante años lo ha sumido en los inicios de un inevitable proceso depresivo.
La melancolía vital de Martin, interpretado por Mads Mikkelsen en el punto más elevado de sus habilidades actorales, parece no tener cura hasta que en la fiesta de cumpleaños de uno de sus amigos surge la epifanía: un psiquiatra noruego de nombre Finn Skårderud ha propuesto en una serie de estudios que el cuerpo humano nace con un déficit de alcohol de 0.05%, a partir de lo cual sugiere que si se consigue mantener ese porcentaje de alcohol en la sangre, el desempeño del cuerpo y la mente se incrementan de forma notable.
La fiesta termina en una borrachera adolescente, pero la idea permanece en la mente de Martin y sus tres amigos, quienes eventualmente deciden poner en práctica la teoría de Skårderud para elaborar un artículo científico conjunto que pruebe o niegue sus efectos. El resultado inicial del experimento le abre a Martin una serie de puertas de autoconocimiento que reviven su ímpetu docente y reactivan su relación de pareja, pero como podrán adivinar ningún bienestar es eterno.
Thomas Vinterberg se aleja del tremendismo de sus cintas más sobresalientes (‘Festen’, ‘The Hunt’, ‘Submarino’, etc.) para construir un delicado coming of (old) age film que habla con inteligencia del maridaje que existe entre felicidad y cuerpo, y de cómo esa máquina biológica que habitamos puede ser “manipulada” para trastocar nuestra percepción de la realidad.
El director danés se apoya otra vez en su habitual colaborador de escritura Tobias Lindholm para desarrollar la historia, y en el cinefotógrafo Sturla Brandth Grøvlen, a quien recordamos por su impresionante trabajo en ‘Victoria’, para construir la atmósfera visual del filme que se inscribe en ese estilo reminiscente del Dogma que ha caracterizado a su filmografía durante años.
Alejada por completo de las moralejas baratas que suelen tener los filmes que tratan temas relacionados con sustancias que alteran la psique, ‘Druk’ no está interesada en concluir nada sobre el abuso o el uso responsable del alcohol. Lo que Vinterberg intenta hacer, y consigue de forma brillante, es filmar un retrato de nuestra limitadísima percepción de la realidad: una percepción fundamentada en nuestra eterna comparación con otros seres humanos, y en nuestra obsesiva necedad de fantasear con un futuro inasible que al enfrentarse con la realidad termina generando profundas fisuras emocionales.
El bellísimo reencuentro gradual del personaje de Mads Mikkelsen con la vida no lo da el alcohol, sino el hecho de comprender que el mundo no cambia, que la vida es una eterna intrascendencia, y que hay una belleza elemental pero potentísima en el hecho de comprender que nadie nos recordará en cien años; que nuestra única posesión es el instante. Este instante: una fragmentación del tiempo que se desprende de una cadena interminable de decisiones que percibimos opresivas, pero dentro del que tenemos la más completa libertad para experimentar los diminutos placeres que componen la existencia. Somos completamente libres hoy, aquí, en este instante.