Tropezar con la misma piedra es el sino inevitable del ser humano, el problema es que todos lo entendemos pero ni así podemos evitarlo. Me pongo como ejemplo: cada que escucho que NETFLIX estrena una nueva “película muy esperada” en su plataforma, puedo verme a mí mismo tropezando con otra película conservadora-buena-onda; con otra película con ritmo de serie televisiva repleta de inconsistencias narrativas; o con otra de esas películas fundamentadas en clichés emotivos asociados a diversidad, raza o sexo, que se han convertido en la marca registrada del gigante del streaming. Y a pesar de tener la capacidad para anticipar ese futuro nefasto, me veo irremediablemente apretando una y otra vez el botón de PLAY. Ni modo… me reconozco humano.
Precisamente por esas razones tenía pocas ganas de ver ‘Don’t Look Up’ a pesar de su envidiable dream-team actoral (Di Caprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, el Chalamet, etc.), pero como siempre me vi desde lejos apretando de nuevo el botón de PLAY, sin imaginar que esta sería una de esas raras ocasiones en las que se ve recompensado el riesgo de volver a tropezar con la misma piedra.
Con sus respectivas distancias históricas y de calidad, el director estadounidense Adam McKay retoma en ‘Don’t Look Up’ el camino que Stanley Kubrick emprendió en su maravillosa ‘Dr. Strangelove’, para crear una de las comedias políticas más genuinamente divertidas que he visto en años. Los paralelismos entre la estructura narrativa de la comedia de Kubrick y la de McKay son evidentes: una amenaza, entonces nuclear y ahora cósmica, pone en jaque a los altos mandos del gobierno estadounidense, quienes para salvar su país (pero sobre todo a sí mismos) toman una serie de decisiones con consecuencias hilarantes, que sirven para exponer ante el gran público los vicios políticos y económicos de una de las naciones más poderosas del mundo.
Lo sabemos: no es sencillo hacer una buena comedia/sátira política, precisamente porque casi siempre suelen evidenciarse en ellas las afiliaciones ideológicas de quien las hace, y esto suele dar lugar a intentos de crítica sesgados y burdos. Por fortuna McKay, que dirige pero también escribe el filme, consigue burlarse con bastante inteligencia de todos y cada uno de sus personajes, elaborando en el proceso un relato que, a pesar de mostrar la afiliación política de quien lo ejecuta, resulta equilibrado y divertido.
Es precisamente a través de la amenaza de un cometa que impactará irremediablemente sobre la faz de la tierra, que McKay plantea preguntas verdaderamente interesantes sobre las prácticas más negras de la investigación científica, del periodismo y de la política, pero sobre todo de la aterradora estructura mediante la que el gobierno y la prensa deciden cual debe ser nuestra percepción de la realidad.
‘Don’t Look Up’ tiene dos grandes virtudes narrativas. En primer lugar su exitoso intento por evidenciar la soberbia que yace detrás de nuestra infinita confianza en que alguien va a poder resolver todos nuestros problemas sin importar su dificultad. Suena ridículo, pero en nuestra mente el ser humano es un animal indestructible. ¿Surge una pandemia? No importa. Alguien, en algún lado, conseguirá plantear una metodología para derrotarla. ¿Un cometa va a impactarse con la tierra? No importa. Alguien va a idear la forma de desviarlo para salvarnos a todos porque, nuestra infinita soberbia, somos incapaces de concebir que nuestra extinción sea irresoluble.
La segunda gran virtud de ‘Don’t Look Up’ es su brillante representación de los mecanismos de evasión emocional de los que depende el ser humano para poder existir. La muerte, la enfermedad, la pobreza y el fracaso son realidades con las que tenemos que convivir de forma tan cotidiana, que la evasión mental se ha convertido en un elemento clave para la existencia de la humanidad. Una evasión que apoyada en las herramientas de comunicación social nos permite enfocar nuestra rabia y nuestra necesidad de preocuparnos por algo, en el cúmulo de intrascendencias políticas o sociales que sólo son relevantes para el gran negocio del panorama mediático.
La negación de la realidad como única realidad es el mecanismo de protección emocional (y el gran negocio económico-político) al que se enfrentan con brillantez Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence en su papel de científicos vaticinadores del Apocalipsis, con un humor que rara vez se siente forzado, y que muestra el amplio rango de DiCaprio como actor. Un humor que queda perfectamente aderezado con las intervenciones de la presidenta Meryl Streep (en el límite de lo forzado pero sin sobrepasarlo), la siempre extraordinaria Cate Blanchett en su papel de perversa señora hipersexualizada de las noticias, y Mark Rylance como el aterrador hijo bastardo de Elon Musk y Steve Jobs.
Tan hilarante como deprimente, la comedia de Adam McKay es una de las mejores adquisiciones fílmicas que ha tenido NETFLIX en toda su historia. Una película que no se toma demasiado en serio, pero que consigue hilar un mensaje coherente sobre los parámetros que rigen la economía política de nuestro mundo. Parámetros deprimentes que se muestran pero no se resuelven porque tal vez en el fondo sean irresolubles. Al final del día eso somos… nos reconocemos humanos.