Crear una película a partir de un guión basado en las desgracias de las clases menos favorecidas es una muletilla muy utilizada en el cine mexicano. Desde la época dorada con “Los Olvidados” o la maravillosa trilogía de Pepe el Toro, hasta esta ópera prima del cosmopolita Cary Fukunaga, el cine que cuenta las tragedias de los que menos tienen, asegura siempre un cierto número de espectadores que se siguen asustando con la clásica escena de la violación o de la “cruda vida barriobajera”.
Sin duda hay formas y formas de narrar las cosas, con lo que dentro de este género callejero podemos encontrar películas maravillosas e innovadoras, sin embargo “Sin Nombre” no es una de ellas. Una vez más nos recetan la misma historia predecible, sin el más mínimo interés por generar algo de valor intelectual o visual, con actuaciones francamente deplorables plagadas de clichés y arquetipos que todos conocemos prácticamente de memoria.
La película cuenta la historia de una chica hondureña, cuyo padre regresa deportado de Estados Unidos e inmediatamente se embarca con ella en una travesía para volver a la tierra de las oportunidades. En el camino conocerán a un chico de la Mara Salvatrucha, que en un acto de tremendo heroísmo, mata al jefe de las maras de su barrio para evitar que dañe a la protagonista. En este punto obviamente comienza la historia de amor y los dolores de cabeza para la parejita.
Básicamente esto es todo lo que hay que contar, una historia tremendamente ordinaria, predecible, con unos maras salvatrucha que más que malvados son hilarantes, con una atmósfera y unas tomas que se llevan repitiendo desde hace años hasta el hartazgo y con un final que se puede prever tan sólo con lo que les he contado.
Curiosamente, el algunas veces inexplicable mundo de la crítica internacional ha recibido con mucho cariño esta tomadura de pelo, a tal grado que se llevó la mejor fotografía y dirección de Sundance, pero bueno, es claro que en gustos se rompen géneros.