Una vez más, el temáticamente diverso Ang Lee vuelve a la carga después del thriller Se, Jie (Lust, Caution), con una historia completamente diferente. Taking Woodstock se centra en la vida de Elliot Tiber, un chico que renuncia a sus aspiraciones artísticas para ayudar a sus padres en la administración de un motel localizado a las afueras de New York.
Por un golpe de suerte, Elliot logra contactar a los organizadores del festival de Woodstock, que en ese momento se encontraba sin sede, para ofrecerles unos prados en los que podrían llevar a cabo el concierto, así como un permiso legal otorgado por él mismo en su calidad de presidente de la cámara de comercio del pequeño pueblo.
Con la aceptación del comité organizador del festival, el pacífico pueblo se ve inundado por oleadas de hippies en busca de un boleto para los legendarios tres días de paz y música, generando un gran descontento local, salvo en aquellos habitantes con propiedades dedicadas a la hostelería, que ven multiplicadas sus ganancias frenéticamente con los amigables y sucios forasteros.
Sin embargo, Taking Woodstock no funge como una pieza documental del evento, sino que toma a una clásica familia norteamericana convencional y la deposita dentro de este vórtice de paz y amor que golpea brutalmente los convencionalismos a los que se veían sujetos.
El guionista James Schamus, que adapta el libro autobiográfico de Elliot Tiber, modela de forma magistral a una serie de personajes, que a pesar de sus breves intervenciones dejan una profunda marca en el espectador, destacando sobre todo a los interpretados por Emile Hirsch y Liev Schreiber, que llegan a ser verdaderamente entrañables. Esto añadido a las buenas actuaciones del trío familiar protagonista que entrega algunas escenas de gran emotividad.
La fotografía es uno de los mayores aciertos de la película, mezclando formatos de imagen y viajando entre el widescreen y las tomas cuadradas típicas de los documentales sesenteros, logra escenas manufacturadas casi a la perfección y uno de los viajes de ácidos más fantásticos que haya visto en mi vida.
A pesar de que el argumento deja algunas situaciones precariamente resueltas y de que presenta una tonalidad que aborda todo desde el punto de vista utópico y light, este filme es un viaje en el tiempo muy disfrutable.
Al ver Taking Woodstock con ojos del siglo veintiuno todo se ve con un tono de melancolía. ¿Dónde estarán esos hombres y mujeres que cubiertos de lodo coreaban las canciones de Janis y se maravillaban con los solos de Hendrix, mientras predicaban el amor libre y la total apertura de la mente?. Probablemente vestidos de traje frente a alguna computadora. Una pena.