La combinación de Thomas Vinterberg, creador de la primera película del movimiento Dogma 95 y Lars Von Trier, uno de los mejores directores del cine contemporáneo, fue el sueño de muchísimos cinéfilos hasta que por fin sucedió en el 2005 con Dear Wendy.
La idea de una cinta dirigida por Vinterberg, escrita por Trier y actuada por el niño prodigio Jamie Bell, que nos deleitó a todos en Billy Elliot, parecía un proyecto destinado a todo menos al fracaso, sin embargo, como ha pasado ya muchas veces, la conjunción de varias mentes extraordinarias no necesariamente da como resultado un producto interesante.
La película trata de ser una crítica a la sociedad norteamericana, un poco en la misma tonalidad que Dogville y Manderlay, pero centrándose esta vez en el fetiche de la utilización de las armas y la ilusión de poder que generan en aquellos que las poseen. Vinterberg y Trier retratan la vida de un pequeño pueblo norteamericano, cuyo devenir gira en torno a la explotación de una mina que dirige el destino de todos sus habitantes. Dentro de este pequeño microcosmos habitan una serie de jóvenes perdedores que se rehusan a seguir el camino de la mina y que deciden llenar su vacío existencial con el fetiche de las armas.
El club de amantes de las balas, bautizado como The Dandies, desarrolla un código de honor estricto en el que cada miembro puede utilizar únicamente un arma, que funcionará como una extensión de su cuerpo y que finalmente se convertirá en una especie de compañera erótico-sentimental. Evidentemente las cosas se complicarán cuando un nuevo miembro hace su aparición y el balance del grupo parece desintegrarse.
La exploración filosófica de Dear Wendy es paupérrima, con diálogos y situaciones forzadas, en las que el discurso antiamericano de Von Trier pierde objetividad y se va al extremo, en una película que más bien parece el trabajo de estudiantes rebeldes que quieren probar un punto de forma torpe y poco inteligente. Por desgracia, las actuaciones caen dentro de la misma vorágine del artista que intenta exponer algo de forma burda y directa, hasta llegar a una catarsis final ridícula, innecesaria y absurda.
Me rehusaba a pensar que este proyecto aparentemente tan atractivo fuera tan malo, pero por desgracia los artistas tienen altibajos y probablemente Dear Wendy sea el peor trabajo de estos dos genios daneses. Una pena.