Bong Joon-ho, después de habernos maravillado con la balanceada y verdaderamente divertida The Host, regresa con un filme totalmente distinto para confirmar que es uno de los talentos más prometedores del cine asiático actual.
Madeo nos deja en claro que será una película memorable desde sus primeros instantes, abriendo su metraje con una secuencia absolutamente perfecta, cargada de una fuerza emocional abrumadora, que nos da un preámbulo de las facultades poéticas de Bong, que se desarrollarán a niveles insospechados durante todo el filme.
La sencilla historia de una madre que está dispuesta a hacer cualquier cosa por su hijo con amnesia selectiva y retraso mental, acusado del asesinato de una chica, es manejada de forma realmente sobresaliente, ya que a pesar del flujo pausado de la cinta, nunca se pierde el ritmo de thriller, con el que poco a poco se encajan las piezas que darán solución al misterio.
Visualmente la película es un poema en el que las escenas, planeadas con gran meticulosidad, se suceden de forma conjunta al crescendo actoral encabezado por Kim Hye-ja, como la sufrida y sobreprotectora madre y Bin Won, el hijo mentalmente ausente que completa este extraordinario dúo dramático.
Como es costumbre en los guiones coreanos, las sorpresas están a la orden del día y la historia hábilmente salta de un lugar a otro para engañar al espectador hasta develar al culpable. Bong, no conforme con entretener a su público, lo maravilla también con el trabajo compositivo de Hong Kyung-Pyo, que detrás de la cámara crea escenas de increíble belleza estética, y al mezclarlas con la carga emotiva de la historia obtiene como resultado momentos dignos de guardar en la memoria.
El cada vez más experimentado Bong Joon-ho demuestra con Madeo que tiene el talento para convertirse en uno de los directores insignia de Corea del Sur junto a Park Chan-wook, Hong Sang-soo y Kim Ji-woon, que han puesto a las producciones de este país en la mira internacional por su sobresaliente calidad y su asombrosa capacidad de innovación.