El Infierno (2010)

Es innegable que el bicentenario ha sido el principal personaje de este 2010 en territorio mexicano. La enorme celebración, que conmemora el inicio de una guerra que daría como resultado el México independiente que hoy disfrutamos y sufrimos de igual forma, ha acaparado recientemente todos los reflectores mediáticos.

Todo mundo ha dado su punto de vista sobre este evento afortunado para unos y desafortunado para otros, suscitando debates interminables acerca de si en verdad hay algo que celebrar en estos doscientos años de México como nación independiente. Es por esto que la nueva incursión cinematográfica de Luis Estrada cae de forma tan oportuna como oportunista en este nuevo México siempre autoflagelante, sediento de autocrítica y carente de propuestas.
La mesa se sirvió con tanta astucia que ya antes de su estreno el filme se anunciaba como un éxito rotundo que, de forma calcada a la no menos polémica Ley de Herodes, presentaba el viaje de un pobre diablo que poco a poco se sumerge en las podridas entrañas de un pueblo que funge como microcosmos del México actual.
Los elogios no se han hecho esperar, en parte porque en un México en el que todo mundo expone sus puntos de vista políticos con un fervor casi religioso, el hecho de ver a un sombrerudo disparando una ráfaga de balas contra el clero corrupto, los políticos y el narco, es una fantasía tan esperada por todos que es imposible no sentir satisfacción por más burda que sea la construcción de la escena.
El Infierno es una película planeada con mucha inteligencia, en donde Estrada copia los elementos narrativos y el humor negro que tan bien le funcionaron en La Ley de Herodes, para luego adaptarlos al casi surrealista mundo del narcotráfico mexicano, que constituye una fuente inagotable de anécdotas y situaciones listas para ser usadas.
La historia de la película sigue al Benny, un hombre que acaba de ser deportado después de veinte años de trabajar en los EUA y que ha regresado tan pobre como se fue al pueblo fronterizo donde nació. Ahí se reencontrará con la nueva realidad del lugar, en la que los narcotraficantes son el único gobierno y donde todas las formas de subsistir están relacionadas directamente con ellos.
La película tiene una buena cantidad de puntos a favor, destacando sobre todo la excelente ambientación de las secuencias y la estética de todos los personajes. En el rubro actoral se presenta una situación más desigual ya que, mientras Damián Alcázar se siente forzado y un poco fuera de lugar, las geniales interpretaciones de Joaquín Cosío y Ernesto Gómez Cruz, como El Cochiloco y Don José Reyes respectivamente, son absolutamente memorables, acaparando entre los dos las mejores secuencias del filme con excepción del cameo del legendario Mario Almada.

Finalmente podemos llegar a la conclusión de que el gran acierto y el gran problema de El Infierno es su historia, que sabe llegar al corazón de los mexicanos, pero que justo cuando más cerca está de convertirse en una gran película, se pierde en el camino de los excesos y en la falta de reflexión, irónicamente justo como el país que intenta retratar.

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