Mark Romanek es uno de los directores de videoclips más reconocidos del medio. Su desarrollada intuición visual le ha permitido crear ejercicios estéticos que marcaron generaciones, como el clip de Closer, 99 Problems o el que acompañó al cover que hizo Johnny Cash de Hurt, la oda nihilista por excelencia y que fue calificado por el prestigioso periódico The Guardian como el mejor videoclip de la historia.
A pesar de las prestigiosas credenciales que este artista de la imagen exhibe, sus trabajos como director de largometrajes no han sido tan afortunados y en Never let me go, que constituye su tercera incursión en el mundo del cine comercial, se comprueba una vez más que la ejecución de un videoclip nada tiene que ver con la creación de un largometraje.
Never let me go ubica al espectador en una realidad alterna contemporánea, donde la expectativa de vida en Inglaterra supera los 100 años gracias a grupos de personas clonadas, que son educadas y alimentadas con el propósito de que se conviertan en donadores de órganos para los ciudadanos legales del país. Este marco circunstancial es el ambiente que sirve de excusa para desarrollar un triángulo amoroso entre Andrew Garfield, que se ha convertido en el actor más popular del año, Keira Knightley y Carey Mulligan, todos ellos clones destinados a la extinción.
La historia en un principio puede parecer interesante, y es cierto que el primer tercio de la cinta, en el que la protagonista recuerda su infancia, se maneja de forma acertada y crea grandes expectativas para el resto del metraje, sin embargo poco a poco el guión, basado en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, se llena de inconsistencias y sinsentidos que, aunque tal vez se justifiquen en la novela, en el filme quedan como errores lógicos imperdonables.
Meloso y cursi es también el desarrollo de la historia de amor que funge como hilo conductor de la película, donde la insípida Carey Mulligan intentará recuperar al clonado amor de su vida de las garras de Keira Knightley.
Ningún intento se hace por explorar la psique de los clones, tocando de forma superficial el miedo que todos tienen por su inminente uso como piezas de repuesto, pero dejando de lado la motivación de estos entes para continuar con sus vidas después de conocer la verdad en vez de escapar, rebelarse, etc. Ridículo es también pensar en una sociedad que con nuestro sistema social permitiera este hecho y sobre todo que tuviera el dinero para mantener granjas de clones, satisfaciendo sus necesidades hasta la juventud únicamente para poder realizar tres transplantes por clon (de acuerdo a la historia del filme).
Como era de esperarse, el tratamiento visual de la cinta es lo más rescatable y ayuda a soportar los sinsentidos mencionados y los galones de miel que Romanek derrama sobre el espectador en la recta final del filme. Never let me go, a pesar de lo interesante que podía resultar su premisa, es un ejercicio soso al que no vale la pena prestarle mayor atención.