La carrera de los Coen está en el punto más alto de su historia, y estos hermanos, que antes se colocaban la etiqueta de cineastas independientes, ahora producen películas capaces de recaudar cientos de millones de dólares en taquilla. Lo más curioso del asunto es que, a pesar del desaforado marketing detrás de sus cintas más recientes, Ethan y Joel nos han regalado historias llenas de inteligencia y con una excelente manufactura, tanto visual como emocional. Hasta ahora.
Por más que lo intento no puedo calificar a True grit con otro adjetivo que no sea: decepcionante. La adaptación (o reinvención) de la novela de Charles Portis, que Henry Hathaway ya había abordado junto a John Wayne en la película homónima de 1969, es una especie de paréntesis en la filmografía de los Coen, donde la única remembranza que nos dejan de esa inteligencia sarcástica e incisiva, recae en un sólo personaje que figura como la flor en el pantano.
Es ridículo decir que de no ser por la actuación de Jeff Bridges True grit sería una película mala, ya que si no apareciera el personaje de Bridges simplemente no existiría True grit, sin embargo es evidente que los diálogos y el carácter de este individuo quedan muy por encima del resto, a tal grado que las escenas en las que no está presente adoptan un tono de insoportable pesadez.
La interesantísima trama que podía haberse desarrollado alrededor de la niña protagonista, que busca vengar la muerte de su padre y para hacerlo contrata a un viejo y corrupto oficial de la ley, se convierte en un simplón cuento de aventuras que nunca logra generar una verdadera conexión con el espectador y que no es capaz de generar tensión ni siquiera cuando la chica se encuentra cara a cara con el verdugo de su padre.
Es en parte el guión y en parte las actuaciones las que terminan por dar el golpe de gracia a este western, que en palabras de los Coen supuestamente no lo es y que se bambolea a través de escenas caracterizadas por el incómodo y acartonado aplomo de la pequeña Hailee Steinfeld, que interactúa con un Matt Damon que ni con toda su bonachonería logra levantar la película.
Cabe decir que el único aspecto sobresaliente, y que se ha convertido en una característica propia de las cintas de los Coen, es el tratamiento de la imagen, que corre a cargo de Roger Deakins, hombre de confianza al que estos directores deben una gran parte del éxito cosechado con sus obras. Imposible decir lo mismo de la música creada por Carter Burwell, que se dedica a torturar al público con la banda sonora más ñoña que he escuchado en mucho tiempo y que apuñala la poca seriedad que puede encontrarse en el filme.
Las intenciones de los Coen en esta película son tan oscuras que no puedo definir si en verdad intentaban hacer un drama o la intención era crear una comedia ligera cuyo único propósito fuera divertir a la audiencia. Sin embargo, sea cual fuera esta oculta intención, el resultado se aleja diametralmente del cine al que estos dos estadounidenses nos tienen acostumbrados y al que espero regresen después de este pequeño bache.