Sunrise: A Song of Two Humans (1927)

Una pareja sale de casa rumbo a un pequeño muelle, donde los espera bamboleándose con suavidad un bote que los llevará de paseo a través de las aguas. La mujer, emocionada por el repentino acto de romanticismo de su cada vez más distante esposo, se sienta en las tablas de madera mientras ve como las varoniles manos desatan el bote y comienzan a remar aguas adentro. Súbitamente, el perro de la familia sale corriendo de la casa y con un desmesurado frenesí salta al agua en un intento por detener el bote que ya se alejaba. La premonición de este animal, que lucha en el agua poseído por el incontrolable deseo de proteger a su ama, despierta las sospechas de la mujer y genera un nivel de tensión casi insoportable en los espectadores de Sunrise, que con horror verán al granjero remar nuevamente a tierra para encerrar al perro y regresar al bote con el funesto objetivo de ahogar a su esposa.

Tan visceral como sutil es la historia con la que Friedrich Wilhelm Murnau termina por consagrarse como el que probablemente sea el mejor director alemán de la historia. Un relato que narra el devenir de un granjero que, seducido por una mujer citadina, decide asesinar a su esposa para poder escapar a la ciudad y vivir una nueva vida con su acaudalada amante. Sin embargo, justo en el catártico punto en que el hombre se dispone a cometer el asesinato, se da cuenta de que no puede hacerlo, con lo que la brutalidad del acto se convierte en la causa de que en su interior renazca el amor por su mujer.
El maravilloso viaje que emprende el granjero, poseedor de las cualidades y defectos del buen salvaje, para encontrar el perdón de su esposa y recuperar el irreflexivo y perfecto estado del amor juvenil que alguna vez tuvo con ella, se convierte en un complejo estudio sobre las relaciones de pareja, que impacta por su profundidad narrativa tanto en los momentos de absoluta desgracia como en los de pura belleza simplista.

Perfectas son las actuaciones de George O’Brien, como el granjero y de la famosa Janet Gaynor como la sufrida esposa, papel que la convertiría en la primera actriz ganadora de un Oscar y en una de las mujeres cruciales de la era del cine silente.
Sunrise fue un enorme éxito en su época, conquistando además del Oscar ya mencionado anteriormente, el de Unique and artistic production y el de mejor fotografía para los prolíficos Charles Rosher (The Yearling) y Karl Struss (The Great Dictator), quienes probablemente hayan filmado en esta película el mejor trabajo de sus carreras.
Cuando la magistral obra de F. W. Murnau sobre el redescubrimiento del amor perdido termina, no se puede evitar pensar en lo increíblemente monotemáticos que resultan la mayoría de los filmes contemporáneos en relación a esta obra magna de la filmografía internacional, en donde Murnau es capaz de usar los colores más oscuros de su paleta, e instantes después de aplastar el alma del espectador, hacerlo reír como si estuviera frente a una película de Buster Keaton, ocurriendo todos estos cambios repentinos de humor gracias a transiciones asombrosamente cortas que, a pesar de serlo, en ningún momento se aprecian forzadas.
Sunrise es de las pocas películas en la historia del cine a las que, gracias a la forma en que ha envejecido y a sus implicaciones históricas, podemos con toda confianza otorgar el calificativo de obra maestra absoluta. Imposible resulta no reír en ese viaje por la ciudad, con sus barberías y sus discotecas, imposible resulta no sentir un nudo en la garganta con la solemne escena de la búsqueda del cadáver sobre los botes, e imposible es no asombrarse ante el completo dominio fílmico de ese hombre, cuyo talento es de aquellos que se ven una vez cada cien años.

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