“Today I feel that in Persona, and later in Cries and Whispers, I had gone as far as I could go. And that in these two instances when working in total freedom, I touched wordless secrets that only the cinema can discover.” -Ingmar Bergman.
No hay duda que Ingmar Bergman figurará siempre en las listas de los mejores directores de la historia, sin embargo Persona es un hito sobresaliente incluso para este venerado realizador sueco, cuyo profundo conocimiento de los oscuros resquicios de la mente le permitió jugar con temáticas tan variadas como extraordinarias.
La secuencia inicial de Persona inmediatamente le indica al espectador que no se encuentra en presencia del Bergman clásico de The Seventh Seal o The Virgin Spring, sino que experimentará la obra de un director de vanguardia, obsesionado con destrozar las fronteras impuestas por los convencionalismos del cine, con crear un nuevo lenguaje cinematográfico y con abarcar de forma profunda e incisiva un conjunto de temas trascendentales de la psique humana.
El guión, que Bergman arma desde el aislamiento que le provoca su dura recuperación de una pulmonía fulminante, da como resultado una cinta intensamente minimalista, donde todo el desarrollo se centra en la relación de amor, odio y dependencia que se desarrolla entre Liv Ullmann, una actriz que pierde el habla como producto de un colapso nervioso durante la interpretación de una obra de teatro y Bibi Andersson, la cándida enfermera a la que le asignan el cuidado de la diva en una cabaña completamente aislada.
A pesar del machismo que siempre se atribuyó a la personalidad de Bergman, el profundo estudio sobre la psique femenina desplegado en Persona es absolutamente increíble y se desarrolla con una abrumadora brillantez, sumergiendo paulatinamente al espectador en el deterioro que sufre la relación entre los dos personajes principales, cuya dinámica comunicativa de emisor-receptor las convierte en una grotesca unidad indivisible.
Tanto Ullmann como Andersson se dejan el alma en la interpretación de sus roles, exponiendo una crudeza histriónica que afecta de forma inevitable al espectador, de la que se puede destacar uno de los monólogos más eróticos de la historia del cine, que Andersson declama sin pudor ante una cámara que la desnuda voyeurísticamente sobre un sofa, mientras que Ullmann, con su salvaje expresividad facial, logra perturbar sin decir mas que catorce palabras durante toda la película.
Con una carrera ya consagrada en ese momento, Bergman decide liberarse de los convencionalismos, olvidando por completo al público y creando junto a su director de fotografía, Sven Nykvist, una película absolutamente innovadora, en donde además de contar con una producción reducida a su mínima expresión, se da el lujo de interrumpir el flujo narrativo con secuencias plagadas de símbolos o repetir secuencias enteras para percibirlas desde distintos puntos de vista, en un juego experimental que resulta tan asombroso como impactante.
Ignorada por los premios fílmicos de la época, supongo que por su radical nivel de experimentación e innovación, pero considerada actualmente casi de forma unánime como uno de los mejores filmes de la historia, Persona es una de las cintas más perfectas que he tenido la suerte de ver.