Muchas veces el elogio de una obra de arte ocurre de forma inexplicable años o décadas después de su creación. Incontables son los casos de artistas que después de ser menospreciados por el núcleo crítico de la época en la que desarrollan sus carreras, ven con gusto la revalorización de sus obras por parte de una nueva generación de entusiastas del arte que los convierte en objetos de culto.
Éste es precisamente el caso de Les yeux sans visage, el segundo largometraje del director francés Georges Franju, que en el momento de su estreno fue tratado como una obra menor y que tuvo que esperar veinticinco años para que, en un reestreno del filme en la mítica Cinémathèque Française, los gurús del cine moderno comandados por el director de la revista Cahiers du Cinéma, decidieran ascender el estatus de la película de intrascendente a obra maestra.
Después de haber presenciado con calma el magnífico espectáculo que arma Franju a lo largo de todo el metraje, me queda claro que el filme puede catalogarse de todo menos de intrascendente, sin embargo también es evidente que sufre de algunas carencias que lo alejan del pretencioso estatus de obra maestra.
Les yeux sans visage retrata la eterna batalla interna que surge cuando se antepone el bien personal al colectivo, ejemplificada en los horrores que debe cometer un brillante cirujano que, tras ser la causa de un accidente automovilístico en el que su hija queda literalmente sin cara, se obsesiona con perfeccionar una técnica para realizar el trasplante de cara perfecto, el cual le regresará a su hija la posibilidad de reintegrarse a la sociedad. Sobra decir que los métodos que el médico utilizará para sus propósitos experimentales no serán en absoluto ortodoxos.
La historia, que utiliza con gran acierto los elementos del cine de horror, triunfa gracias al estilo reflexivo, pausado y poético con el que Franju decide abordar el desarrollo de la cinta, apoyándose en todo momento en la fotografía de Eugen Schüfftan, quien con sus encuadres es capaz de dotar a los personajes de una extrema fragilidad para acto seguido convertirlos en imponentes tótems de carácter.
Completamente desquiciada es la banda sonora que Maurice Jarre compone para el filme, la cual se adjudica un papel principal desde el inicio de la cinta al ser la protagonista de la genial secuencia inicial, en donde el ritmo sonoro emana una locura infantil tan aterradora como los asesinatos que el publico presenciará en pantalla.
Les yeux sans visage ha influenciado a incontables cineastas de forma más que evidente, entre los que destacan Jesús Franco con su Faceless, Jodorowsky con la estética que maneja en la segunda mitad de Santa Sangre o incluso el cineasta manchego Pedro Almodóvar, quien ha declarado recientemente que La piel que habito está fuertemente influenciada por el filme de Franju.
Pocas veces se logra compatibilizar con éxito el horror y el gore con un cine que pretenda algo más que un impacto directo en el espectador, con un cine que busque emocionar y provocar un goce artístico en la audiencia. Les yeux sans visage lo logra y ahí radica su gran importancia.