El ser humano es un animal adicto a las normas, y por más que intenta asumir el factor de azar involucrado en cada paso que da, su obsesión por dar una explicación a todo lo que ve lo tortura y lo lleva a reglamentar hasta la más pequeña manifestación natural o social. No es de extrañar entonces que el cine sea un arte completamente ajeno a ese vago concepto de libertad que muchas veces se sueña pero nunca se alcanza.
El concepto del zombi, desde su nacimiento relacionado con las religiones del África occidental y más específicamente con el vudú, ha desarrollado normas que con el paso de los años se han vuelto tan intrínsecas a estas máquinas de matar, que se adoptan como fundamentos básicos de un personaje que ha pasado ya a ser parte fundamental de la historia del cine.
Los cimientos que White Zombie colocó en 1932, fueron poco a poco amasados por artistas de entre los cuales destaca el consabido padre del zombi moderno George A. Romero, sin embargo, casi veinte años después del estreno de Night of the Living Dead, Dan O’Bannon, ampliamente conocido por ser el autor de los guiones de la exitosa saga Alien, consiguió añadir con The Return of the Living Dead uno de los clichés más comúnmente asociados con esos grotescos seres sedientos de sangre, su pasión por degustar cerebros.
TROTLD comienza con un largo pero maravilloso preámbulo en el que O’Bannon rinde tributo a la ópera prima de Romero, estableciendo que dicho filme estaba basado en hechos reales. Perfecto es el momento en el que esto es revelado por uno de los personajes, que en su papel de cuidador de una bodega, le cuenta en secreto a su asistente punk que en el sótano yacen una serie de barriles abandonados erróneamente por el ejército, que en su interior tienen la prueba de que Romero estaba en lo cierto respecto a la existencia de los zombis.
Sobra decir que, por un error, uno de los barriles que contienen los cadáveres de los zombis y el gas tóxico que los genera se abrirá para crear el más completo caos en la bodega, convenientemente ubicada junto a un enorme cementerio que por otra serie de desafortunadas coincidencias se reanimará en un gran festival de muertos vivientes, para horror de los dueños de la bodega, del enterrador del cementerio y de un grupo de violentos punks que llegan al lugar equivocado en el momento equivocado.
Los muertos vivientes de O’Bannon destacan por su agilidad física, pero sobre todo porque son capaces de hablar y de hilar pensamientos con tal de emboscar a los humanos, a tal grado que en una de las mejores escenas de la cinta, un zombi, o lo que queda de él, explica el por qué de ese insaciable deseo por comer cerebros mediante un macabro despliegue de elocuencia que contrasta con el tono humorístico de toda la cinta.
TROTLD es una excelente comedia, con un humor ágil que goza de las dosis justas de violencia y que ostenta un desarrollo narrativo impecable dentro de su gran ridiculez conjunta, generando una hora y media del cine más divertido que podrán encontrar, sobre todo si forman parte del enloquecido grupo de fanáticos de los zombis modernos.