Después de filmar el concierto que los Arctic Monkeys dieron en el 2008 dentro del mítico teatro Apollo, el hasta entonces director y guionista de programas televisivos, Richard Ayoade, encontró la pieza faltante para crear su debut como cineasta independiente al convencer al famosísimo mono-hipster, Alex Turner, para que creara cinco canciones que musicalizaran Submarine, una comedia que tendría todos los ingredientes necesarios para atraer a cualquier quinceañero de gafas de pasta al cine.
A pesar de poseer una vista relativamente buena y no contar con uno de esos maravillosos armazones de lentes sin aumento, me sentí atraído hacia el producto final que Ayoade, con gran inteligencia, publicitó mediante un trailer de excelente manufactura. La alienación juvenil, los colores sepia de la luz en el atardecer, los padres extraños, la inevitable incomodidad del amor pueril, las vibrantes tomas de una cámara Super 8 y la promesa de una excelente banda sonora, características desplegadas en los casi dos minutos de trailer, me hicieron caer en la trampa y Submarine se convirtió en una de las películas que más esperé este año.
Con gran tristeza fui comprobando con el paso de los minutos que Submarine no era la preciosa joya independiente que nos habían prometido, sino uno de esos ejercicios en los que la infancia se transforma en un paisaje idealizado por un narrador adulto, cuya nostalgia transforma la realidad en una caricatura que, a pesar de su afán por destacar como un producto diferente, nunca se aparta de la esencia genérica que caracteriza a una gran parte de los filmes independientes contemporáneos.
Las verdaderamente excelentes canciones compuestas por Alex Turner, intercaladas con gran acierto en la banda sonora compuesta por Andrew Hewitt y el más que correcto manejo fotográfico de Erik Wilson, que utilizando una gran cantidad de formatos y técnicas crea una atmósfera muy disfrutable, se ven opacados por una historia burda y plagada de personajes completamente unidimensionales que revelan sus intenciones tan pronto entran a escena.
Una y otra vez el personaje principal, interpretado por el babyface Craig Roberts, nos recordará su infeliz e inadaptada vida, mientras lucha encarnizadamente por salvar el matrimonio rutinario cliché de sus padres y por conseguir el amor de la igualmente extraña Yasmin Paige, todo desarrollado al más puro estilo de la reciente y también fallida Scott Pilgrim, con la diferencia de que en esta ocasión no hay efectos especiales en los que entretener la mirada y únicamente quedan los clásicos diálogos, siempre escupidos a gran velocidad, de esa adolescencia sarcástica y ácida que únicamente existe en la mente de algunos cineastas y escritores “modernos”.
A pesar de su corta duración, la cinta de Ayoade se siente pesada y repetitiva hasta alcanzar su conclusión en una secuencia para el olvido, que es sin duda la puntilla final a una obra a la que le sobra intencionalidad pero que falla rotundamente en su ejecución.
Submarine es un producto monótono, que exhibe durante todo su metraje una serie de pretensiones intelectuales en forma de posters de filmes clásicos y otros utensilios, para de alguna forma autovalidarse como un filme de calidad y conectar con un sector del mercado que está probando ser muy redituable, los hipsters. Sector con el que no tengo ningún problema, pero que siento que debe exigir filmes de muchísima mejor calidad.