Con una de las series de televisión más exitosas de la historia bajo el brazo, J. J. Abrams, la supuesta mente dorada de la televisión que se burló de todos nosotros con las aventuras del doctor Shephard y el misterioso archipiélago de Lost, decidió lanzarse a una nueva incursión cinematográfica, ya que, ¿para qué hacer decenas de capítulos de una serie si con una cinta de dos horas puedes cubrirte de oro?
Ni tardo ni perezoso el señor Abrams se puso manos a la obra y, apadrinado ni más ni menos que por el santón más grande de la industria cinematográfica contemporánea, Steven Spielberg, escribió y dirigió Super 8, una cinta que, dado su autor, al menos prometía una trama retruecanuda que jugaría con nuestras mentes hasta el último instante y que teóricamente se convertiría en el segundo evento cinematográfico más importante del verano, después de la conclusión de la saga de Harry Potter.
Abrams decide empezar por todo lo alto con una gran secuencia inicial que resume, no sin cierto halo de misterio, el conflicto interpersonal más grande de la cinta en unos cuantos segundos de gran cine. Poco a poco el filme presenta al grupo de niños protagónico que, motivados por un pequeño y rollizo cinéfilo, pasan sus tardes filmando un cortometraje gore de zombis del que el público podrá disfrutar algunas descabelladas pero hilarantes escenas. La vida de los infantes transcurre de forma tranquila hasta que por casualidades del destino son testigos de un impactante accidente de ferrocarril, que le entrega al espectador la mejor secuencia del filme y desata una subtrama que se apoderará de la historia hasta su conclusión.
Abrams conoce su oficio y una vez más explota esa construcción narrativa típica de las series televisivas, en la que poco a poco se le otorgan al espectador pequeñas piezas del rompecabezas que finalmente encajarán, o no, en el resultado final de la película. Esto contribuye a que el ritmo de la cinta sea muy ágil, manteniendo en todo momento la atención del espectador, que quedará intrigado hasta resolver el enigma de la historia.
Es precisamente ese enigma el principal punto débil de Super 8, ya que, acostumbrado a desentrañar los secretos del humo negro o la numerología de Lost, el espectador promedio esperará hasta el último momento el giro definitivo que lo hará suspirar de admiración, hasta darse cuenta finalmente que de igual forma que en la mentada serie televisiva, ese momento de revelación se resolverá de forma demasiado trivial, con la ventaja, o desventaja, de que Super 8 no cuenta con los descabellados giros a los que Abrams nos tenía acostumbrados y todo termina por encajar de forma simple, demasiado simple.
Una trama sentimentaloide con dos de los niños protagonistas intenta otorgar un aspecto humano al desarrollo narrativo, historia que va descubriéndose poco a poco también en base a pistas, pero que termina sin explorarse a profundidad y queda también en el aire como una anécdota que simplemente no trasciende en el metraje, pero que, junto con la ambientación de la cinta, imprime la palpable y casi siempre nefasta firma de Spielberg en muchas de las secuencias del metraje.
Como cabía esperar, la manufactura de Super 8 es excelente, Michael Giaccino, músico con el que había trabajado Abrams en Lost vuelve a colaborar con una banda sonora modesta pero efectiva, mientras que Larry Fong, fotógrafo estrella de Zack Snyder, se mesura un poco para darle al filme ese toque vintage melancólico que sin duda conquistará muchas pupilas.
Genial fue también la elección del elenco infantil, que comandado por la gran promesa Elle Fanning y el sorprendente Joel Courtney da una buena lección de actuación en la que en ningún momento se abandona la asombrosa naturalidad con la que los pequeños interpretan sus papeles.
Super 8 no es una película para ver más de una vez, ya que basa su desarrollo en una obsesión por revelar poco a poco la información esencial de la trama, al grado de que el espectador tarda siglos en apenas poder visualizar algo del “monstruo” que se venía prometiendo desde el primer trailer promocional, situación que incrementa la tensión en el público pero que arruina cualquier segundo encuentro con el filme, ya que los subproductos de éste no son lo suficientemente interesantes para generar un interés adicional.
No puedo decir que lo haya pasado mal viendo Super 8, pero sin duda esperaba más de usted, señor Abrams.