El fin de la guerra fría y la forma en la que los conflictos bélicos se desarrollan hoy en día, han destruido el gusto y la obsesión del público por los filmes de espías que fueron tan prolíficos hace unas cuantas décadas. A pesar de todo esto, de vez en cuando llegan a surgir reminiscencias de aquellos hombres y mujeres dedicados a investigar y espiar para evitar cataclismos que los ciudadanos ordinarios nunca sospecharían.
A grandes rasgos, la historia se centra en un grupo de hombres que forman parte de la célula de inteligencia más elevada de Inglaterra durante el apogeo de la guerra fría en los años setenta. Dichos expertos sospechan, por el fallo de una operación encubierta, que hay un infiltrado entre ellos, el cual se dedica a anticipar los movimientos del grupo a sus enemigos y a proporcionar información falsa que distraiga la atención de los verdaderos secretos políticos.
Como podrán sospechar, todo el filme se ocupa de la investigación que sigue el parco personaje principal interpretado por Gary Oldman, cuya nominación al Oscar a mejor actor sólo evidencia las limitaciones intelectuales de “La academia”, con vistas a descubrir cuál de todos sus compañeros es el terrible espía infiltrado.
En su afán por reproducir una historia innovadora que repudia en su esencia el concepto del espía a la Bond, redefiniéndolo como un personaje real que pasa más tiempo maquinando estratagemas diplomáticas que ocasionando explosiones, esta adaptación de Tinker Tailor Soldier Spy intenta utilizar un método narrativo de vanguardia, cuyo pésimo manejo deviene en que la película fracase rotundamente y se convierta en una de las grandes decepciones del año.