No hay mas que tristeza y decepción en la experiencia que tuvo el actor Charles Laughton durante su primera y última incursión como director cinematográfico. Vapuleada por la crítica y hundida en la taquilla, The Night of the Hunter se convirtió en un proyecto maldito que erradicó cualquier posibilidad de que el talentoso actor teatral y fílmico volviera a dirigir una película en su vida.
Robert Mitchum encarna, en el que tal vez sea el papel de su vida, a ese ícono de la maldad disfrazado de hombre pío, que bajo su túnica oculta a uno de los villanos más misóginos que se hayan visto en la historia de la cinematografía.
Presa de un constante diálogo psicótico con Dios, el pastor va dejando tras de sí una estela de cadáveres hasta que es detenido por la policía al manejar un automóvil robado. Es dentro de la cárcel que el villano conoce a un ladrón de bancos condenado a muerte, quien antes de ser atrapado tuvo tiempo de esconder el preciado botín en un lugar que sólo su pequeño hijo conoce. El nuevo objetivo del personaje de Mitchum queda definido y, al salir de la cárcel, éste decide ir a visitar a la viuda de su compañero de celda para seducirla y encontrar el botín.
La película, que siempre está inmersa en un halo siniestro estupendamente logrado, juega con conceptos tan trascendentales como la manipulación mental de los cultos religiosos, el machismo y la satanización del sexo, elementos que al aderezarse con una larga lista de feminicidios, dan como resultado una ecuación de la que pueden deducirse los causantes de la repulsión inicial que generó el filme en el momento de su estreno.
The Night of the Hunter es también una experiencia visual impactante, ya que Laughton adoptó para su filme técnicas de composición derivadas del expresionismo alemán, que el fotógrafo Stanley Cortez convierte en verdaderos poemas visuales, los cuales potencian la carga dramática de la cinta y construyen escenas que el espectador no podrá olvidar fácilmente, como la hipnótica visión de una mujer asesinada meciéndose bajo el río al compás de la flora acuática, en un despliegue compositivo capaz de maravillar al propio Tarkovsky.
Con la palabra LOVE tatuada en la mano derecha y HATE en la mano izquierda, el demencial pastor hipnotiza a sus víctimas con la radicalidad de sus discursos, convenciéndolas de su intenso acercamiento a Dios y, como buen líder espiritual, convirtiéndolas en autómatas capaces de cumplir cualquier petición que su malévola mente consiga idear.
Laughton establece con gran habilidad narrativa el hecho de que los seres humanos son extremadamente manipulables, dejando como último resquicio de esperanza al pequeño hijo del ladrón de bancos, quien es el único personaje invulnerable a los encantos del pastor y que guardará a toda costa la ubicación secreta del tesoro de su difunto padre, cuyo espíritu acaba proyectándose en el cuerpo del pastor a través de la mente del pequeño niño, en una enigmática pero estupenda conclusión cargada de simbolismos.
The Night of the Hunter ha asumido su rol de clásico cinematográfico con el tiempo, encumbrando a Robert Mitchum como uno de los grandes actores de su generación y destruyendo por completo la moral de su creador, que hastiado del recibimiento obtenido se retiraría nuevamente a su rol de histrión para no dirigir nunca más.