L’Apollonide: Souvenirs de la maison close (House of Tolerance) (2011)

1899: El paso al siglo XX se convierte en un evento inevitable que los habitantes de París miran con más intrascendencia realista que temor apocalíptico. Un París aristocrático y rebosante de las maravillas tecnológicas que la emergente modernidad insertaba en su panorama citadino, un París asombrado y ensordecido con el eco de la llegada del metro que retumbaba en las paredes de sus galerías subterráneas. Un París que se aferraba con fuerza a ese innovador libro que relataba una invasión de seres extraterrestres, invencibles salvo al ataque de los pequeños microorganismos con los que el hombre había aprendido a coexistir a lo largo de su penosa evolución. En definitiva, un París en las puertas del futuro.

L’Apollonide, el más reciente filme del director francés Bertrand Bonello, quien ya había ganado sendos halagos por su impactante Tiresia, decide abordar a ese París de infinito potencial futurista para retratarlo a través de su más potente vínculo con el pasado, la prostitución.
Enclaustrada de forma perene en los muros de una exquisita mansión, la cinta cuenta, en forma de viñetas construídas desde el más extremo cuidado, los avatares de una proxeneta y su ejército de bellas prostitutas, quienes deben intentar sobrevivir a la iniciativa del gobierno francés por eliminar los lugares conocidos como casas de tolerancia: burdeles legales en los que se controlaba el negocio sexual, asegurando calidad y salud a los clientes que los frecuentaban.
Misógina en forma, pero increíblemente feminista en fondo, L’Apollonide presenta la historia de una hermandad de mujeres en la que se abole la noción del personaje principal, intercalándose todas dicho papel conforme el colectivo se los requiere y supeditadas a los deseos de la proxeneta, que adopta el papel de amorosa pero despiadada madre, siendo siempre cuidadosa con sus “hijas”, pero esclavizándolas con un cruel sistema de cuentas y deudas que eventualmente se vuelven impagables.
Bonello centra su narrativa en un catálogo de imágenes construido a partir de algunos de los elementos más delicados de la obra de Sade, con el objeto de desnudar física y mentalmente a todas y cada una de las anónimas trabajadoras de la casa y al sinnúmero de acaudalados clientes masculinos que encuentran en dicho lugar, del mismo modo que en centurias pasadas y futuras, la fantasía machista pero generalizada de la mujer perfecta: comprensiva, cariñosa y siempre dispuesta a someterse a los más perversos deseos de su dueño.

Es mediante el cúmulo de relaciones entre prostituta y cliente que la película ahonda en fetiches, tabús y en el lastimoso deseo de ser amado a toda costa, deseo que queda irremediablemente ligado a la manifestación de un poder sádico y totalitario ejercido por alguno de los dos amantes.

Tomando tangencialmente como eje principal la anécdota de una prostituta que es desfigurada por uno de sus clientes, Bonello vuelve a sorprender con un espectáculo visual preciosista que mantiene una constante belleza compositiva a lo largo del metraje, la cual termina por desarmar intelectualmente al espectador y comprueba nuevamente el virtuosismo de la dupla que Bonello hace con su fotógrafo de cabecera, Josée Deshaies.

Contrario a lo que ocurre con el tratamiento visual, la historia de L’Apollonide se queda dentro de un nivel anecdótico que, aunque algunas veces llega a alcanzar momentos verdaderamente sublimes, únicamente aterriza con acierto el concepto general de la película, dejando inconexos ciertos elementos particulares que podrían haber dotado a la cinta de una mayor profundidad dramática. Sin embargo, a pesar de este fallo, el filme en su conjunto representa un gran triunfo de Bonello, quien se posiciona nuevamente como un cineasta de primer nivel, cuya valentía y talento le permitirán, espero, darnos un cine de altísima calidad.

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