La Vía Láctea (1969)

Existen pocos esfuerzos intelectuales que superen la futilidad de aquellos que intentan convencer a los demás de la existencia o inexistencia de una deidad. Herederos de varios milenios de cavilaciones humanas, seguimos presos de la incapacidad de concluir a ciencia cierta qué es lo que se oculta, esquivo y misterioso, detrás del velo de esa muerte que da forma, desde la más absoluta ironía, a la única certeza que tenemos además de la vida.

Tediosas me resultan por tanto aquellas manifestaciones artísticas que, ya sea desde el ardiente fervor religioso o desde el ateísmo furibundo, intentan dar argumentos a sus inclinaciones mediante la descalificación de sus respectivas contrapartes, ya que en su mayoría, los teóricos más radicales tienden casi siempre a dejarse llevar por la llama del apasionamiento retórico y por el uso, muchas veces torpe, de la humillación y el menosprecio al oponente.
Luis Buñuel, el director de cine más extraordinario que haya dado España hasta la fecha, plantea en La Vía Láctea una historia que, a pesar de su interesante premisa, cae por desgracia en ese tedio filosófico que busca en todo momento emitir máximas irrefutables mediante el uso de argumentos ad hominem, descubriéndonos a un Buñuel poco brillante, forzado e irremediablemente simplista.

Usando como eje de la película a dos peregrinos que parten de Francia rumbo a Santiago de Compostela, emulando el camino que desde la edad media se hacía para venerar las reliquias del santo Santiago el Mayor, Buñuel elabora un relato que juega con el espacio temporal de los peregrinos, para convertirlos en espectadores de una gran cantidad de viñetas que plantean los errores, los absurdos y las herejías que se han concebido a lo largo de la historia de la Iglesia Católica.

El filme se construye en todo momento como una crítica sarcástica y humorística, pero a diferencia de Simón del Desierto, en donde Buñuel consigue elaborar una película que ataca de forma por demás brillante a la organización eclesiástica, a la piedad y al ascetismo con un humor excelso, en La Vía Láctea exhibe una comicidad acartonada y solemne que en lugar de causar risas que partan de la reflexión intelectual, genera sonrisas que emanan desde la más profunda pena ajena.

A pesar de todo, Buñuel consigue elaborar algunas viñetas que se disfrutan en mayor medida y que escapan de las ridículas pretensiones de las demás, como el maravilloso encuentro de los dos peregrinos con la muerte en un accidente automovilístico, o el “milagro” mediante el que Jesucristo hace que dos ciegos recuperen la vista, para luego darse cuenta que a pesar del recién ganado sentido nunca podrán librarse de su ceguera vital.

Con un estilo visual parco, que rehuye casi a propósito cualquier composición visual que pueda catalogarse como bella, y un elenco estelar penosamente desaprovechado, La Vía Láctea decepcionará más a aquellos fanáticos de la etapa mexicana de Luis Buñuel que a aquellos que aprecien más su etapa francesa, sin embargo, el pobre acercamiento que hace a temas de gran profundidad e interés como los que se plantean en esta cinta, será motivo de decepción para cualquiera.

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