Halloween (1978)

Como si de una enfermedad se tratara, el cine del siglo XXI tiene una marcada fobia a la sencillez argumental y visual. Esa competencia mediante la que los escritores se devanan los sesos en busca del más descabellado giro narrativo, sin importar cuan excesivo, ridículo o incongruente pueda resultar el desarrollo del filme, ha generado que el adjetivo “simple” se convierta en una característica abominada por el cine moderno de entretenimiento masivo, repleto siempre de antecedentes, de teorías tan inconsistentes como sobre explicadas y de ese patológico deseo por epatar de la forma más forzada posible.

Es precisamente esa simplicidad perfectamente ejecutada la que convierte a Halloween en una de las más grandes cintas de terror de todos los tiempos. Un ensayo fílmico extraordinario que evidencia que la maldad más aterradora es aquella que se desarrolla a partir de la nada; sin antecedentes, sin motivaciones, espontánea y pura.
Desde el primer segundo del filme el genio de John Carpenter se manifiesta, desbocado y demencial, a través de una secuencia de créditos mediante la que consigue desatar la insoportable atmósfera de tensión que posteriormente se mantendrá a lo largo de toda la cinta, utilizando únicamente tipografía naranja y una estupenda secuencia de teclado, compuesta por el propio Carpenter, la cual queda grabado de forma indeleble en la mente de todo aquel incauto que caiga en esta manifestación apabullante de virtuosismo, que no sólo exhibe de la forma más minimalista posible las capacidades creadoras de su autor, sino que es en sí misma un insuperable preámbulo para una de las secuencias iniciales más maravillosas de la historia del cine de horror.
El descarnado asesinato, maravillosamente filmado a partir de los ojos del perpetrador, con el que Halloween abre su metraje, es la única concesión que Carpenter le da a su audiencia para formar el perfil psicológico del célebre Mike Myers, un pequeño infante con la maldad suficiente para matar, sin el menor rastro de culpa o remordimiento, a su adolescente hermana durante la festividad de halloween.

Encerrado como una bestia durante 15 años en un hospital psiquiátrico, sin pronunciar una sola palabra y reviviendo una y otra vez en su mente el recuerdo del funesto crimen, ese culmen del villano absoluto e indescifrable consigue escapar con la única intensión de volver a la casa que lo vio nacer, para reencontrarse con una realidad que él cree intacta y así experimentar, en un loop interminable, el día de halloween y el inmenso placer de ver a su hermana caer bajo la hoja de su cuchillo.

Carpenter revoluciona el género de horror slasher con esta maravillosa cinta que no sólo dibuja a uno de los villanos más cruentos que haya visto la pantalla grande, sino que desarrolla una estructura narrativa tan efectiva que aún en nuestros días sigue replicándose con pasmosa similitud, tomándose muchas veces prestados tanto el núcleo de la trama como el conjunto de códigos que Carpenter desarrolla para desatar un nivel de insoportable tensión en la audiencia, la cual, horrorizada, verá como Myers, sin recato alguno y a plena luz del día, acosará a la casi infantil Jamie Lee Curtis en una extraordinaria anticipación de la brutal cacería que se desatará durante la noche.

Una vez más es el sexo el principal motivador de la maldad: el acto impuro que impulsa a Myers a convertirse en una especie de ángel guardián de la virtud, asesinando a todos aquellos que tengan inclinaciones a ese placer que la cultura occidental nunca ha cesado de satanizar. Sin embargo, de forma irónica, el expiador enmascarado encuentra su principal adversario en el personaje de Curtis, quien encarna a la represión sexual más absoluta y que, mediante la liberación catártica de sus pulsiones reprimidas, consigue hacer frente al malvado villano.

Filmada con un presupuesto de apenas $320,000 dólares, la cinta reventó las taquillas hasta conseguir un total de 70 millones de dólares a nivel internacional, convirtiendo a Carpenter y a Myers en auténticas celebridades mediáticas y desatando una campaña de gritos desaforados en los cines norteamericanos. Gritos que aún hoy, cuando vemos a Myers levantarse lenta y casi ritualísticamente a espaldas de Jamie Lee Curtis, acercándose silenciosamente con esa máscara, cuchillo en mano, en una toma que es la perfecta antítesis del horror de sobresalto, nos son imposibles de contener.

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