El goce artístico continúa siendo hasta nuestros días uno de los mas grandes misterios de la humanidad. Esa inclinación obsesiva que tiene el hombre por crear un producto capaz de transmitir algo tan intangible como un sentimiento, ha alcanzado su máximo exponente en la poesía, la cual llega a ser capaz de evocar, con la economía de unas cuantas palabras y evitando incluso cualquier contextualización o discurso narrativo, sensaciones viscerales y fisiológicas de una violencia y profundidad que en muy contadas ocasiones se consiguen a través de otras manifestaciones artísticas.
Bamboleándose entre lo ordinario, lo extraordinario, lo delicado y lo grotesco, Carax construye una confusa pero profundamente disfrutable pieza de arte conceptual, que mezcla con éxito esos cuatro puntos cardinales estéticos y emocionales en cada una de las microhistorias, consiguiendo apelar y despertar, para bien o para mal, al centro visceral de cualquier tipo de espectador.
Un auténtico despliegue de versatilidad y fuerza histriónica hacen que Denis Lavant se apodere por completo del filme, transformándose, a lo largo de un paseo en limusina de casi 24 horas, en un banquero, un asesino, un preocupado padre de familia e incluso reviviendo a ese peculiar personaje que Carax había moldeado en el segmento que compuso para la cinta Tokyo!, de nombre Monsieur Merde, el cual fue una de las inspiraciones primigenias para la conceptualización de este demencial viaje surrealista.
Holy Motors en gran medida se siente como un juego de Carax, pero no desde el entretenimiento irresponsable e irreflexivo, sino a partir de la fluidez y el gozo con el que el director francés hace estallar esta avalancha del absurdo en pantalla. Una avalancha que trata de todo y a la vez de nada, esperando a que el juicio del espectador termine por dar significado a ese cúmulo de historias, de escenas y de emociones inconexas, que se unen a través del roadtrip que el personaje principal hace en una limusina enorme, majestuosa, pero destinada al olvido, del mismo modo que nuestra propia existencia.