Tabu (2012)

Miguel Gomes suele declarar en sus encuentros con la prensa que su forma de filmar es intuitiva a un nivel casi instintivo, y que las historias que conforman las tres películas de su filmografía suelen partir de imágenes puntuales con cierto simbolismo, o simplemente con un potente contenido estético, que posteriormente se hilan, como por arte de magia, o de genio, a través de un camino narrativo que se materializa una vez comenzado el rodaje y que termina por dar sentido a ese flujo emocional que Gomes recibe de su entorno, cual antena, captando y transmitiendo a través de su intuición las conductas y motivaciones más inexplicables del ser humano.

Tabu es una historia de amor. Pero no de ese amor tibio que hemos visto repetirse hasta el hartazgo en las pantallas de cine, el cual fundamenta su supervivencia en burdos flechazos a primera vista, rabietas infantiles y actos de romanticismo kitsch, sino de ese que está dispuesto a quemar todo a su paso y a calcinar a cualquiera que ose interponerse en su camino. Inextinguible e inexplicable.

Tres segmentos constituyen la magnífica unidad que es Tabu. Tres partes en las que el amor flota, primero como preciosismo melancólico, después como proceso esperanzador y finalmente como lumbre incontrolable y voraz, en un viaje que se desplaza a través del tiempo entre Portugal y África; entre la civilización occidental y el misticismo que encierra la naturaleza.

La primera parte, presentada en forma de un prólogo tan bello como breve, cuenta la historia de un explorador que, presa del dolor emanado la muerte de su mujer, decide internarse en las profundidades del África negra sin más objetivo que escapar de cualquier recuerdo de su difunta esposa, cuyo espíritu, para su desgracia y de forma irónica, lo acompaña en todo momento.

La aparentemente inconexa fantasía inicial, que en realidad funciona como pieza clave en la determinación del bagaje filosófico del resto del filme,  se concluye con un brusco salto al Portugal contemporáneo, en donde Gomes hace rotar su relato en base a tres ejes femeninos, cuyas brillantes interpretaciones corren a cargo de la extraordinaria Laura Soveral, quien da vida a Aurora, una mujer anciana, senil y adicta a los juegos de azar, que vive junto a su criada africana de nombre Santa (Isabel Muñoz Cardoso), la cual cuida a Aurora con devoción junto al personaje de Teresa Madruga, mujer soltera y trabajadora que asume el rol principal de este relato maravilloso de amistad, en el que tratará de ayudar y entender a la peculiar anciana, inmersa en una brutal soledad debido al abandono de su familia.

No entraré en mayor detalle acerca de la tercera parte de esta epopeya, en la que una vez más Gomes vuelve a sorprender a la audiencia con un nuevo cambio radical, tanto en forma como en fondo, para contar la apasionante historia de juventud de la anciana Aurora, consiguiendo una maravillosa aproximación a los misterios de ese fetiche amoroso que se desprende de la idealización de la pareja autodestructiva, cuya desaforada intensidad amorosa apenas puede ser contenida en la gran pantalla.

Tabu es una película completamente atípica, en la que los convencionalismos narrativos son hasta cierto punto reinventados por Miguel Gomes y donde la estética funciona como un sentido homenaje al cine silente de Murnau y Flaherty, creando a través de actuaciones extraordinarias y secuencias que, de haberse filmado con la mitad del azar que presume el director portugués, constituyen un verdadero milagro artístico, una fantástica experiencia emocional.

Impredecible, innovadora y hermosa, Tabu debería, en un mundo con justicia artística, ser el parteaguas en la carrera de Miguel Gomes y enmarcarse bajo el tan denostado título de obra maestra. Veremos.

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