La venganza a lo largo de la historia ha probado ser uno de los motores más potentes dentro de la psique humana. Una vez activado, ese deseo obsesivo por equilibrar las afrentas cometidas contra algo o alguien suele salirse de control, apropiándose de los pensamientos y motivaciones del agraviado durante un período de tiempo directamente proporcional a la magnitud de la ofensa cometida.
Pletórico de buena suerte y seguramente tan silencioso e incrédulo como todos al ver caer las dos torres, Osama bin Laden presenció desde algún lugar secreto el más perfecto ataque terrorista de la historia de la civilización occidental moderna, gracias al que desató el incontrolable odio de millones de seres humanos que a partir de ese momento clamaron por su sangre. No dejo de pensar que en ese instante fatídico, más que feliz, el líder de la Yihad moderna estaría hasta cierto punto aterrado.
Zero Dark Thirty es un interesante esfuerzo documental que, gracias al arduo trabajo de Kathryn Bigelow y a la disposición del gobierno de Barack Obama por inmortalizar la gigantesca operación para capturar al último Anticristo moderno, narra el proceso mediante el cual, once años después del derrumbe emocional norteamericano, se consiguió localizar y “eliminar” al hombre más buscado sobre la faz de la tierra.
El grandísimo problema con Zero Dark Thirty es que nadie en su sano juicio, o con algún tipo de aprecio por su tiempo, puede querer verla por segunda ocasión. Situación que se deriva de que el filme está diseñado para funcionar únicamente ante aquellos espectadores que, intrigados por una de las historias más mediáticas de la era moderna, desconocen los eventos que llevaron del punto A (Torres Gemelas) al B (muerte de Osama bin Laden).
Durante más de dos horas y media, el público es testigo del resultado de un brillante trabajo de investigación que devela, para enfado de un amplio segmento del partido republicano norteamericano, los procesos de inteligencia, meticulosamente detallados, que devinieron en el éxito final de la operación secreta. Sin embargo, el relato carece del más mínimo catalizador emocional de empatía, presentando a personajes que, como si de un mal documental se tratara, fracasan al momento de interpretar a estos “héroes” que once años y miles de millones de dólares después consiguieron disparar una bala certera al centro de un cráneo.
Es la actuación de Jessica Chastain lo más rescatable del evento cinematográfico orquestado por Bigelow, sin embargo, incluso su personaje se encuentra deformado por ese halo profundamente norteamericano que, al plasmarse de mala manera, termina por caricaturizar tanto a la talentosa actriz como al dispensable elenco secundario.
Muchas banderas rayadas se agitarán en las salas de cine. Muchos corazones heridos saltarán al recordar la desgracia y la posterior celebración de otro desgraciado asesinato, sin embargo, cuando las aguas se calmen, y en veinte años los infantes lean en sus libros de historia el capítulo del 11 de Septiembre del 2001, muy pocos recordarán a Zero Dark Thirty.