Django Unchained (2012)

En vista de los recientes acontecimientos he llegado a la conclusión de que una maldición pende sobre Django, ese personaje mítico del spaghetti western al que Franco Nero dio vida en los años sesenta bajo la dirección de Sergio Corbucci, y que le otorgó a los fanáticos del género uno de los arquetipos más sobresalientes del héroe solitario, silencioso e implacable que se haya visto en las salas de cine.

El culto a la figura de Django cayó durante el 2005 en las manos de Takashi Miike, quien decidió reinterpretar libremente la historia del héroe y filmar Sukiyaki Western Django, un deplorable sushi western que en su primera y más rescatable secuencia presentaba un cameo de Quentin Tarantino, hecho por demás irónico y simbólico, que representaría la primera incursión del polémico director norteamericano en un western y que, cinco años después, se cristalizaría en una nueva reinterpretación, ahora burger western, de la mitología que envuelve, no sólo a Django, sino a toda la oleada de filmes del Oeste de mediados de los años sesenta.
Primero italiano, luego japonés y ahora afroamericano (negro), el Django de Tarantino es un héroe que tal vez tenga más en común con el legendario Shaft de los años setenta que con el personaje de Nero, transformándose la cinta de Quentin, más que en un western, en una pieza de blaxploitation ambientada en el Oeste norteamericano de mediados del siglo XIX. La idea per se es estupenda, y considerando la racha ganadora imparable que Tarantino ha tenido básicamente desde sus Reservoir Dogs, las expectativas eran bastante altas, sin embargo, no hay genio infalible.
Ágil es la palabra ideal para describir el inicio de Django Unchained, preámbulo mediante el que se dan las pautas que posteriormente habrán de seguir los dos personajes principales, moldeados a imagen y semejanza de los arquetipos tarantinianos expuestos principalmente en Kill Bill e Inglorious Basterds, y que, para desgracia del espectador, a pesar de las estupendas actuaciones tanto de Jamie Foxx como de Christoph Waltz, poco aportan al imaginario que los fieles seguidores del director norteamericano traen implantado en la memoria.
Los objetivos del filme, que se establecen durante los primeros quince minutos de metraje y que se persiguen desde la más absoluta linealidad a través de las dos horas y media restantes, se resumen en que el personaje de Waltz, un cazador de recompensas desalmado por momentos pero extrañamente almado por otros, deberá ayudar a su nuevo recluta, un esclavo de nombre Django, interpretado por la desbordante presencia escénica de Jamie Foxx, a encontrar y recuperar a su esposa, la cual fue vendida a una granja sureña después de haber sido brutalmente azotada por ser culpable de uno de los peores crímenes que podía cometer un negro: intentar escapar a su esclavitud.
Es principalmente durante la primera parte de la cinta donde las expectativas del espectador comienzan a crecer, recibiendo una dosis de secuencias de extraordinaria belleza en las que, con potente emotividad y estudiada parquedad en los diálogos, se desglosa la personalidad de Django a través de flashbacks postprocesados para simular una película de serie B, en los que las vibrantes imágenes funden el tosco grano del filme con el glorioso soundtrack para generar un conjunto de entrañables puñetazos emocionales.

Sin embargo, una vez concluída la primera hora de la historia, en la que el cazador de recompensas y su fiel Django dan cuenta de una serie de maleantes que habían tenido la mala fortuna de azotar al héroe negro y a su esposa, Tarantino comienza a evidenciar graves problemas argumentales, elaborando una serie de estratagemas cuya resolución depende siempre de la más insensata conjunción de eventos, hasta que, durante la media hora final, el legendario director de Jackie Brown decide abofetear al espectador con un final alucinantemente predecible, simplón y moralista.

Estéticamente Tarantino se hace presente a lo largo de toda la película, sin embargo, su oficio de escritor inteligente y sobre todo astuto, se ve francamente mermado por diálogos que en la mayoría de las ocasiones no sólo no contribuyen a nada, situación presente en todos los filmes de Tarantino (el inútil pero brillante diálogo inicial de Reservoir Dogs, por ejemplo), sino que carecen de esa maravillosa habilidad para mantener al espectador absolutamente intrigado a pesar de que la discusión ni siquiera sea indispensable para la narración de la historia, habilidad que constituye sin duda el núcleo central del éxito fílmico de Tarantino.

Ociosamente larga, Django Unchained es la primera decepción genuina que he recibido de las manos del director de Kill Bill, quien apenas hace unos días declaraba su teoría acerca de que probablemente debería retirarse después de filmar su décima película, y aunque es francamente ridículo decir que por una cinta fallida Tarantino está acabado, tal vez sea momento de considerar con un poco más de seriedad su oferta de alejarse de la gran pantalla antes de la inevitable caída.

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