De rouille et d’os (Rust and Bone) (2012)

Después de los elogios, los brindis y las galas de premiación, productos de la admiración de la crítica y el público ante una extraordinaria obra de arte, se materializa uno de los más grandes problemas del artista moderno: satisfacer las enormes expectativas que engendrará su siguiente trabajo. Es esta presión,  muchas veces devastadora, el motor que ha encumbrado a incontables genios contemporáneos y dejado en el olvido a aquellos incapaces de ponerse a la altura del complejo reto creativo.

El cineasta francés, Jacques Audiard, cuya carrera dentro de la industria cinematográfica había sido modesta pero con un sostenido estándar de calidad, alcanzó un estupendo pico de genialidad con la celebrada Un prophète, cinta que fascinó a la crítica en Cannes y lo colocó como uno de los cineastas franceses más interesantes de su generación. Era por tanto de esperarse que cuando se anunció el regreso de Audiard con De rouille et d’os las expectativas comenzaran a subir como la espuma, sin embargo, el sexto largometraje del director francés no sólo no está a la altura de Un prophète, sino que, por desgracia, es incluso un retroceso respecto a sus obras anteriores.
De rouille et d’os cuenta la historia de dos personajes que se insertan a la perfección dentro del perfil del antihéroe moderno, y estudia la interacción que ocurre entre ellos como producto de la casualidad, pero principalmente de la desgracia. Son dos actores extraordinarios: Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts, los encargados de representar, con bastante virtuosismo histriónico, a estos seres que, insertados en un mundo cuya dinámica los rebasa por completo, se refugian en la contemplación del paso del tiempo, en la ilusión sentimental y en la supervivencia día a día.

Audiard construye su relato mediante estereotipos que se han sobreutilizado hasta el hartazgo en la cinematografía contemporánea. Por un lado tenemos al personaje de Schoenaerts, un bruto cuya única posibilidad de integración social se centra en trabajos de vigilancia, ya sea de discotecas o bodegas, con lo que consigue mantener a un pequeño hijo que desprecia y conquistar ocasionalmente a alguna chica asidua al gimnasio en el que se ejercita diariamente. En el otro extremo tenemos al personaje de Cotillard, una chica sencilla que vive como entrenadora de orcas en un parque acuático y que por azares del destino pierde las dos piernas en un desafortunado accidente, desgracia que, como podrán imaginar, termina por unir a la bella y a la bestia.

Predecible hasta decir basta, el relato de Audiard cuenta una historia sencilla que termina por encasillarse en un conjunto de viñetas que, a pesar de estar bellamente filmadas y musicalizadas, conceptualmente remiten al espectador a un centenar de dramas intrascendentes, al uso de la ternura más cliché y a la poca multidimensionalidad de esos personajes que intentan conectar a través del impacto asociado a sus desgracias, pero que fracasan al momento de exponer en pantalla cualquier motivación que no apele directamente a la reacción visceral del espectador.

De rouille et d’os termina siendo una experiencia manufacturada a partir de elementos de mucha calidad, pero cuyo trabajo en conjunto deja mucho que desear, situación que sumerge al filme en un tedio del que pocas veces consigue salir a flote y que deja entrever un momento complicado dentro de la carrera de Audiard, el cual, desbordante de imaginación y sensibilidad, había llevado al público a la cima de su talento tres años atrás y ahora, con este experimento, lo regresa de un bofetón a nivel del suelo.

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