Man of Steel (2013)

¿Dónde se encuentra almacenada la mitología del mundo moderno?

Desde que el pensamiento científico del siglo XXI, con su brillante pragmatismo, ha desarrollado una mayor capacidad para resolver las incógnitas que se le plantean, el ser humano se ha alejado gradualmente de los procesos mentales que, siglos atrás, originaron ese conjunto de historias fantásticas que explicaban el origen del universo y de la humanidad, a través de mitos que daban respuestas a todo aquello que no la tenía.

Son las religiones los últimos rastros de esas nociones que siguen respondiendo los cuestionamientos para los que nuestra infinita ignorancia todavía no ha encontrado respuesta, sin embargo, el hombre confía cada vez con mayor fervor en sus conocimientos, en sus capacidades racionales y en su habilidad para desentrañar los misterios de todo lo que lo rodea. Esa falta de humildad ha dado lugar a la gradual extinción de una mitología moderna, producto de la imposibilidad de concebir algo que no sea tangible, palpable y comprobable, erigiéndose por tanto las religiones organizadas como el último bastión, cada vez más cadáver, de esa imaginación creadora de entidades fantásticas a las que se rendía el intelecto y a las que se confiaba plenamente el destino de la humanidad.
Cada vez más imposibilitado para aceptar al mito como rector vital, pero nostálgico de la mitología de los pueblos antiguos, el hombre transforma al mito en fantasía, creando mundos alternos que abrevan de un imaginario mitológico preservado durante milenios, en los que se conciben situaciones análogas a las que la humanidad vive día con día, mezcladas con la participación de héroes modernos que sintetizan los sueños de trascendencia y poder, escondidos en los lugares más comunes de la psique humana. Héroes que, a diferencia de los mitológicos, se asumen falsos desde el momento de su creación, pero que funcionan como descarga emocional de ese ser humano moderno cuya principal enfermedad es la incredulidad y el cinismo.

Es en el cómic donde se vuelca toda esa mitología fantástica moderna, mediante la adaptación de modelos heroicos antiquísimos a un espacio-tiempo actual con el que los lectores pueden identificarse, destacando Superman como una de las deidades más apreciadas dentro de este género literario y, por lo tanto, uno de los retos más complicados para cualquier cineasta que decida adaptarlo a la pantalla grande.

En esta ocasión, Zack Snyder, director fanático de la exageración visual y especializado en adaptar cómics célebres de la talla de 300 o Watchmen, es el eje del proyecto que da vida a un guión de los célebres David S. Goyer y Christopher Nolan, el cual reinterpreta una vez más, desde cero, el desarrollo de la mitología asociada al superhéroe más famoso de los últimos cien años.

Inicialmente, Snyder consigue encapsular con bastante éxito y economía narrativa la caída del planeta Krypton, hogar del pequeño Kal-El, a quien sus padres embarcan en una nave rumbo a la tierra, junto con el mapa genético de todo Krypton, en un intento desesperado por asegurar la preservación de su especie. Sin embargo, el violento general kryptoniano Zod, interpretado por un estupendo Michael Shannon, consigue escapar a la destrucción del planeta y rastrear, 33 años después de la llegada de Kal-El a la tierra (nótense las referencias bíblicas), el paradero del ahora joven superhombre rebautizado como Clark Kent.

La trama, que se cuenta con bastante ligereza en un párrafo, no tiene ningún giro de tuerca más allá de la evidente batalla que peleará el joven, guapo, e increíblemente fuerte Clark Kent, a quien da vida Henry Cavill, en contra del malvado general Zod, cuyo objetivo es erradicar a la raza humana en pos de generar un nuevo Krypton en la Tierra.

La simplicidad del guión de Man of Steel se intenta subsanar mediante dos vías, en primer lugar a través de la evocación de la juventud de Clark Kent, lo que genera un conjunto de secuencias bastante efectivas desde el punto de vista emotivo, gracias a las actuaciones de Kevin Costner y Diane Lane en los papeles de Jonathan y Martha Kent; y en segundo lugar mediante las frenéticas secuencias de acción, que en todo momento retan la capacidad perceptiva del público, al desarrollarse a una velocidad inusitada aún para los estándares del visualmente saturado cine de acción contemporáneo, e incluso juegan con zooms digitales que, aunque no siempre generan el efecto buscado, le dan al filme ese toque de cámara digital que tanto se asocia con las grabaciones amateurs, el cual ubica al espectador en una posición de voyeur que incrementa aún más el ritmo de las secuencias de acción.

El resultado de los esfuerzos de Snyder, Nolan y Goyer, es un filme bastante dinámico, que ahonda en la mitología de Superman como ninguna otra película de esta franquicia lo había hecho antes, y que consigue, no sin toneladas de fallos de continuidad (como la ridícula secuencia de rotura de cuello final), dejar atrás la sosa incursión que había hecho Bryan Singer con Superman Returns, y reintegrar al superhombre de las mallas azules a ese grupo de modernos superhéroes de los que nos gustaría ver, al menos, una cinta más.

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