Es inevitable experimentar un sentimiento de inferioridad intelectual cuando nos enfrentamos a una cinta de terror. Ahí estamos, a oscuras en medio de una sala de cine, observando como uno de los protagonistas del filme comienza a descender, únicamente con vela en mano, las escaleras que conducen a un oscuro sótano ennegrecido aún más por la ominosa música que comienza a incrementar su volumen. Todos sabemos que algo ocurrirá, muy probablemente algo terrible, y en el peor de los casos será súbito con lujo de gritos y sangre, sin embargo, esa habilidad para predecir lo que está por venir no impide que nuestras pulsaciones se incrementen, que nuestro cuerpo se tense y, contra toda lógica, que cuando ocurra lo que sabemos que ocurrirá, demos un brinco salvaje y apenado en la butaca, como diciendo “ay, qué imbécil soy”.
El gran problema con el cine de terror contemporáneo radica en que, por desgracia, ha dedicado la mayor parte de sus esfuerzos a descifrar los códigos que provocan ese salto instantáneo de las entrañas, dejando de lado cualquier intento por complementar y potenciar esa súbita descarga de adrenalina mediante la creación de una historia conceptualmente terrorífica, que de origen a una atmósfera que mantenga tensionado al espectador desde el inicio hasta el final de la obra.
James Wan, director de origen malayo que saltó a la fama tras crear el concepto de la popular saga de horror, Saw, juega en The Conjuring a elaborar una antítesis de la originalidad narrativa, utilizando una variada mezcla de arquetipos clásicos del cine de horror, para enfocarse primordialmente en la construcción de una atmósfera que impregne de tensión constante la totalidad del metraje.
Casas embrujadas, brujas, posesiones demoníacas, niñas perturbadoras y hasta muñecas diabólicas, son los ingredientes de este licuado de lugares comunes que pareciera haber sido concebido en una especie de reto autoimpuesto por el director, para crear una buena película a partir de los peores y más utilizados elementos del cine de horror.
La maestría que ya había mostrado Wan en ese alucinante viaje de nombre
Insidious, creadora de atmósferas que no sólo evitaban el susto instantáneo, sino que horrorizaban con la lenta exposición de situaciones perturbadoras (ver secuencia inicial de
Insidious), se repite en menor medida pero con gran eficacia en
The Conjuring, consiguiendo elaborar un relato que, a pesar de tener eventos predecibles con veinte o más minutos de antelación, consigue emocionar y transmitir una permanente sensación de incomodidad al espectador.
Basada supuestamente en hechos reales acontecidos a una pareja de investigadores de lo paranormal en la década de los sesenta, The Conjuring narra el caso de una familia que, al cambiarse de casa, queda expuesta a la posesión de un espíritu demoníaco que busca echarlos de su nueva morada.
Son las actrices Vera Farmiga y Lili Taylor las encargadas de llevar la batuta de un filme que podría catalogarse como eminentemente femenino, fungiendo los personajes masculinos como meros accesorios complementarios de esas mujeres en las que radican los principales polos de bondad y valor, y que se asumirán como las principales guerreras en contra del espíritu malévolo.
Inferior en su conjunto a Insidious, pero con un desarrollo visual y atmosférico que bien vale el costo de la entrada, a pesar de su limitada propuesta narrativa, The Conjuring confirma a James Wan como uno de los exponentes más importantes dentro del cine de horror contemporáneo, y uno de los pocos que sigue, a pesar de formar parte de la maquinaria comercial hollywoodense, sin decepcionar a su público.