La grande bellezza (The Great Beauty) (2013)

En su afán por definirlo y catalogarlo todo, uno de los mayores retos con los que se ha encontrado el hombre ha sido el de tratar de comprender y delimitar la belleza. La naturaleza de esa atracción biológica e intelectual que desarrollamos hacia ciertas cosas o conceptos, y a la que sin mayor sustento damos el calificativo de belleza, ha sido el centro de acalorados debates y el núcleo investigativo de incontables filósofos, que han intentado ponerle punto final a un concepto que, de forma inevitable, muta día con día en función de una enorme cantidad de factores.

Un escritor italiano, autor en su juventud de una novela y periodista de profesión, celebra sus 65 años con una tremenda fiesta que reúne a los más renombrados protagonistas de la noche en Roma. Pintores, escritores, reporteros, modelos y músicos, se reúnen en la exótica bacanal para celebrar a Jep Gambardella, quien a pesar de su incapacidad para escribir una segunda novela, consiguió entrar en el lujoso y decadente palacio social habitado por la clase alta italiana, en el cual ha vivido durante más de cuatro décadas.

La fiesta de Gambardella, interpretado por un Toni Servillo que exuda en todo momento, a pesar de su avanzada edad, una galantería reservada para ídolos de la talla de Marcello Mastroianni o Alain Delon, es el detonante del maravilloso viaje que el público hará durante poco más de dos horas a través de las calles de una de las ciudades más hermosas del mundo, en compañía de un hombre que incansablemente busca reencontrarse con la inspiración necesaria para escribir una segunda novela, la cual, como bien lo indica el título de la cinta, debe surgir a través del goce vital supremo, sintetizado en un conciso pero inabarcable concepto: “la gran belleza”.

Es con esta premisa que el director italiano Paolo Sorrentino ensambla un filme de abrumadora belleza, profundo deudor de obras emblemáticas de Federico Fellini, como La dolce vita o E la nave va, el cual funciona, además de como uno de los homenajes más hermosos que se han filmado para la ciudad de Roma, como una intensa reflexión acerca del amor, del genio creativo asociado a la juventud, del papel que juega el arte y el artista dentro de una sociedad moderna, de la nostalgia con la que nos acercamos irremediablemente a la muerte, y del sentido que cada persona le imbuye a ese camino exhaustivo pero apasionante al que llamamos vida.

En el departamento de actuaciones, La grande bellezza es absolutamente impecable. Desde la extraordinaria actuación de Toni Servillo en el papel protagónico, pasando por Fanny Ardant, quien da vida a una artista inmersa en la insatisfacción vital más absoluta, Sabrina Ferilli, que interpreta a una despampanante stripper enamorada del protagonista, y finalmente el gigantesco elenco que sostiene la elaboradísima estructuración de secuencias desarrollada por Sorrentino, dan como resultado una puesta en escena sorprendente.

En adición a lo anterior, la fotografía de Luca Bigazzi, asiduo colaborador de Sorrentino a lo largo de su filmografía, es espectacular, creando composiciones que por sí mismas se vuelven dignas de enmarcar, pero manteniendo, de forma sorprendente a lo largo de más de dos horas, la sucesión ininterrumpida de momentos visuales memorables para crear una sobredosis de belleza casi hostigadora.

Por si fuera poco, la banda sonora es también otro punto absolutamente destacable, ya que la música original de Lele Marchitelli, que acompaña estupendamente a la cinta, se mezcla con clásicos del pop más básico y bailable, así como con piezas de gran solemnidad, como la Sinfonía en C mayor de Bizet.

La ambición desmedida que Sorrentino muestra en este filme que intenta, tal cual, ser testigo absoluto de todas las diversas facetas de la experiencia vital de un artista occidental de clase alta, y diseccionar ese gran misterio al que solemos llamar belleza, de primera impresión suena como un proyecto que podría tener un altísimo grado de falibilidad, sin embargo, el equilibrio narrativo de Sorrentino, que lejos de juzgar a sus personajes simplemente los exhibe, en un afán por no motivar juicio de moral alguno, da lugar a una cinta gozosa, que estoy seguro se inscribirá con letras doradas en los anales del mejor cine que ha dado la segunda década de este siglo XXI.

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