El hombre es soberbio por naturaleza, y gran parte de esa soberbia se desprende de la forma en la que se ha autoconvencido de la infalibilidad del dominio que ejerce sobre lo que lo rodea. Sin embargo, esa bestia magnífica a la que llamamos mundo en algunas ocasiones nos regala devastadoras lecciones de humildad, principalmente en la forma de fenómenos naturales catastróficos, como sismos, huracanes, tsunamis, etc, que a pesar de nuestra cada vez mayor preparación para sortearlos, inevitablemente resultarán en la pérdida anual de miles de vidas alrededor del planeta. Es la naturaleza la que nos tiene a su merced, y no al revés.
Uno de los aspectos más dramáticos asociados al supuesto dominio que el hombre ejerce sobre la naturaleza, es el de su relación con el reino animal, normalmente utilizado a gran escala para propósitos básicos como alimento, vestido, o investigaciones científicas, pero también para cumplir la popular función de satisfacer requerimientos humanos como la compañía o el entretenimiento. Es precisamente ese último aspecto el tema central de Blackfish, documental filmado por la directora norteamericana Gabriela Cowperthwaite, quien después de escuchar la noticia del fallecimiento de una entrenadora de SeaWorld tras ser prácticamente devorada por una orca, supuestamente de forma accidental, intuyó que ahí había un argumento digno de ser contado, y vaya que estaba en lo cierto.
Centrado en la historia de Tilikum, una orca “adquirida”, por no decir “separada violentamente de su familia en alta mar”, por el conocido parque temático
SeaWorld, que después de incontables problemas en cautiverio asesinó en el 2010 a Dawn Brancheau, una de las entrenadoras más capacitadas del parque acuático,
Blackfish es un interesante acercamiento al mundo del abuso animal convertido en espectáculo y una terrorífica muestra de lo poco capacitada que está la humanidad, a pesar de sus milenios de existencia, para entender todo aquello que la rodea.
Con ojo clínico, Gabriela Cowperthwaite analiza lo que ocurre tras bambalinas en la red de acuarios propiedad de la cadena Sea World, particularmente en relación al (mal)trato que reciben las orcas, animales que a lo largo de los años han fungido como un acto indispensable de cualquier show acuático que se precie de ser exitoso, y ahondando en el entramado de casos, recurrentes pero rápidamente silenciados, en los que las orcas por una u otra razón han atacado a sus entrenadores, infringiéndoles heridas graves o en algunos casos provocándoles la muerte.
Apoyándose en entrevistas con entrenadores, cazadores y demás engranajes de la maquinaria del entretenimiento acuático, Cowperthwaite consigue dotar al documental de un dinamismo encomiable, creando una experiencia que se esfuerza por mantener en todo momento la atención del espectador, y por plantear preguntas de difícil respuesta en cuanto a la relación que mantiene el hombre del siglo XXI con la naturaleza.
En las gradas se observan decenas de familias. Todas han pagado su boleto para ver a una gran orca volar por los aires durante algunos segundos. En el fondo, todos sospechan las condiciones poco amigables bajo las que el gigantesco animal ha tenido que vivir durante prácticamente toda su vida, pero deciden voltear a otro lado para gozar de los saltos, del agua y de la alegre música que surge de los altavoces a todo volumen. Blackfish es una estupenda invitación a dejar la indiferencia y comenzar a cuestionar, desde un punto de vista informado, lo que hay detrás de esos espejismos de alegría y agua.