Si estás leyendo esto es porque tu mirada ha decidido clavarse en una pantalla luminosa. Es probable que antes de terminar de leer el texto (si es que lo terminas), hayas checado un par de veces la pantalla de tu teléfono, también luminoso y colorido (justo como la vida real), en busca de mensajes, tuits, mails, whatsapps, notificaciones de Facebook, alertas de Tumblr, Pinterest, etc. ¿Hace cuánto que no usas el teléfono para comunicarte con alguien utilizando la voz? Nunca lo habrías visto venir, Graham Bell, pero tu invento ha comenzado a quedarse mudo y sí, la gente ahora habla por los pulgares. ¿Cuánto hemos cambiado en apenas dos décadas? ¿Cuánto habremos de cambiar en las que aún nos quedan por delante? Esas preguntas las ha pensado el director norteamericano Spike Jonze muchísimas más horas que yo, y la respuesta que elabora a lo largo del metraje de su nueva cinta, Her, es tan sencilla como brillante: mucho.
Theodore Twombly trabaja como escritor en un futuro bastante cercano (¿15 años?), sin embargo, al igual que el artista Cy Twombly, del que toma prestado su apellido, su oficio tiene que ver con la escritura pero no precisamente en el sentido más convencional. Theodore escribe cartas para gente que ya no tiene tiempo, ganas o corazón para escribir. Misivas de amor, de agradecimiento y demás, salen de la mente del protagonista del filme, que funge como uno de los últimos y más endebles vínculos del arte de la escritura con un mundo en el que cada ser humano es un pilar ensimismado que no cesa de girar sobre sí mismo.
Una vez terminadas las horas de trabajo, Theodore pasa su vida jugando videojuegos y rememorando a su gran amor perdido hasta que, después de un encuentro fortuito con un anuncio publicitario, adquiere el OS1: el primer sistema operativo de la historia con inteligencia artificial. Aprovechando su capacidad de aprendizaje y su habilidad para improvisar, el sistema de voz femenina comenzará a echar raíces en los impulsos afectivos de Theodore, quien poco a poco se dará cuenta de que lo más probable es que esté enamorado de su computadora.
Spike Jonze construye un futuro que prácticamente está a la vuelta de la esquina, con calles repletas de humanos-zombis que gesticulan y hablan con aparatos inertes, aislados en la multitud y obsesionados por suplir su falta de contacto humano con nuevas emociones y formas de potenciar esa capacidad de amar que ha quedado mermada por la rutina, por el sinsentido vital y por la incapacidad de levantar la cabeza para ver lo que los rodea.
El drama que Theodore debe afrontar conforme avanza el filme, el cual se desdobla como una delicada y tristísima historia de amor, se engalana con la brillantez con la que Spike Jonze resuelve y expone los problemas a los que se enfrenta su ensimismado hombre del futuro, inventando conceptos fabulosos (véase la participación de Portia Doubleday como “la suplantadora”) que dan solución y seguimiento a problemas que cualquier otro realizador habría pasado por alto.
La dupla romántica, construída a través de la estupenda actuación de Joaquin Phoenix como Theodore y la expresiva voz de Scarlett Johansson como OS1, está acompañada de las actuaciones de Amy Adams como la mejor amiga del protagonista y Rooney Mara como su inestable ex esposa. Como casi siempre en las películas de Jonze, el elenco es impecable.
Aunado a lo anterior, uno de los indiscutibles protagonistas de Her es la dirección de fotografía del holandés Hoyte van Hoytema, el virtuoso artista encargado de crear la cinta de ciencia ficción más luminosa y colorida que se ha visto en años, gracias a procesos de iluminación artificial con leds en tonalidades rojas, que permitieron combatir ese look tan utilizado en años recientes donde el azul es el color preponderante.
Por si fuera poco, los chicos de Arcade Fire fueron los encargados de dotar a la cinta de una banda sonora tan hermosa como melancólica, que alcanza su clímax con la bellísima canción que Karen O, antigua pareja de Jonze, compuso para el filme.
Her es una de esas cintas donde todos los apartados funcionan como una cuidada pieza de relojería. Tanto la historia como los aspectos técnicos que la rodean están prácticamente en su punto, regalándole al espectador una experiencia que tal vez sea la más entrañable dentro de la carrera de Spike Jonze: un hermoso cuento futurista que le habla al hombre del presente, planteándole preguntas que tal vez no ha reflexionado con suficiente profundidad o que simplemente le resultan demasiado penosas para abordar. Jonze nos presenta sus respuestas, impregnadas de dolor y de melancolía, pero con un breve atisbo de esperanza. Ahora nos toca a nosotros elaborar las nuestras para, quince o veinte años después, desempolvar el filme y ver qué demonios hicimos al respecto.