La definición de los límites del humor es un tema sobre el que se ha polemizado hasta el hartazgo. ¿Hasta qué punto es lícito hacer chistes sobre violencia, sadismo y demás conductas moralmente reprobables? ¿Es posible que en una sociedad que se precia de tener libertad de expresión, supuestamente defendiendo ese derecho a capa y espada, se censure o se castigue a alguien que bromea sobre temas socialmente sensibles como el Holocausto judío? (léase el caso del director español Nacho Vigalondo). O peor aún, ¿nos convierte en seres deleznables el hecho de soltar una carcajada con un buen chiste sobre pedofilia? Si usted responde que sí a esta última pregunta, probablemente no debería ver Big Bad Wolves.
No hay prueba alguna que ligue al maestro de escuela con el infanticidio, sin embargo, el detective responsable de su violento interrogatorio y el padre de la niña, deciden hacer lo que sea necesario para hallar justicia y, sobre todo, para encontrar el lugar donde el asesino ocultó la cabeza decapitada de la pequeña, de forma que ésta pueda ser enterrada de acuerdo a la tradición judía, que demanda la totalidad del cuerpo del fallecido.
Es esta la premisa de un drama que en el fondo no es más que una comedia de humor negro, sin embargo, ese humor brillantemente ejecutado en el guión que escriben los también directores del filme, Aharon Keshales y Navot Papushado, es tan renegrido que el espectador no puede más que sentirse avergonzado al percatarse de que está riendo (de forma inevitable, por cierto), ante la presencia de una trama que es por demás trágica, cruenta y devastadora.
Las risillas nerviosas que suscita Big Bad Wolves son el broche de oro de una cinta que es al mismo tiempo una perversísima película de venganza, una grotesca comedia de enredos, y un ágil thriller plagado de giros de tuerca que convergen en el que tal vez sea el final fílmico más devastador del 2013.
En los aspectos técnicos, la película triunfa gracias a la preciosista cámara de Giora Bejach y a las brillantes actuaciones de Tzahi Grad como el padre de la chica, Lior Ashkenazi como el detective sediento de justicia y Rotem Keinan como el presunto pedófilo.
Estupendo experimento que mezcla de forma brillante y contundente una gran variedad de géneros completamente disímiles, Big Bad Wolves impacta de principio a fin, abrevando de ese gusto por la perversidad y el ingenio al que nos han acostumbrado los mejores thrillers coreanos, y llevando al espectador poco a poco a un mundo irredento del que, para su desgracia, nunca conseguirá escapar.