La desgracia del cineasta consagrado es que su público lo espera todo de él. Obras que de haber sido filmadas por un director joven podrían considerarse aciertos importantes, al venir de la cámara de un cineasta venerado pueden verse como fracasos, como piezas insuficientes, o como filmes decepcionantes y olvidables. Tal es el sino con el que Lars von Trier debe cargar tras haber sido el artífice de obras magnas como Breaking the Waves, Dancer in the Dark, Antichrist, Idioterne, etc., convirtiéndose su extensa filmografía en la principal arma para denostar cualquier nuevo trabajo que salga de la mente del siempre polémico director danés. Su aguerrido público sabe de lo que es capaz y está decidido a no conformarse con migajas.
Nymphomaniac parecía venir en el momento idóneo para la carrera de von Trier. Después de un sonadísimo escándalo en Cannes, donde las buenas conciencias del espectáculo se horrorizaron con una inocua declaración en la que el cineasta danés aseguraba “entender a Hitler”, la noticia de que uno de los mayores íconos del cine “de arte” contemporáneo iba a filmar una película pornográfica se esparció como un auténtico reguero de pólvora. La mesa estaba servida para que Lars se catapultara, aún más, dentro del imaginario colectivo cinematográfico.
La última parte de la extraoficialmente bautizada como Depression Trilogy de Lars von Trier, iniciada con Antichrist, continuada con Melancholia y cuyo hilo conductor histriónico es la estupenda Charlotte Gainsbourg, se anunció como una épica cinta pornográfica de cinco horas, la cual relataría los avatares de una mujer adicta al sexo desde su nacimiento hasta su adultez. La noticia, como era de esperarse, se transformó en un suceso mediático de gigantescas proporciones, convirtiendo a Nymphomaniac en la película más anticipada de toda la carrera del director danés.
Nymphomaniac es indudablemente el filme más ambicioso de von Trier. No sólo el tema es por demás complejo y rico en matices, sino que además Lars rehusó imponerse límite alguno, por lo que en vez de acotar una historia larguísima para controlar con mayor facilidad el resultado, nuestro provocador favorito intentó abarcarlo todo, exponerlo todo y teorizar sobre todo. Suena increíble pero, después de analizar la cinta con detenimiento, bien habrían hecho falta al menos dos horas más para evitar ese sentimiento de inconclusión palpable en muchos de los temas abordados.
Charlotte Gainsbourg es Joe, una mujer que desde su nombre eminentemente masculino funciona como una cascada de metáforas y alegorías sobre la sexualidad, una especie de diosa hipersexuada que aberra su comportamiento tanto como lo acepta, y que vive exclusivamente para buscar un placer físico que está íntimamente conectado con sus más profundos deseos y frustraciones psíquicas.
No hace falta mas que releer uno de los primeros diálogos que emite la protagonista en este filme compuesto casi en su totalidad por flashbacks, para ver el extraordinario mundo de posibilidades que se abre a cada instante dentro de su metraje: “I discovered my cunt at age 2“. No sólo el lenguaje es extremadamente provocador (la palabra “cunt“, traducida tal vez como “coño”, es una de las más agresivas dentro del idioma inglés), sino que el universo sexual que se destapa, cual cloaca, con esa simple frase que asocia a un infante con las posibilidades más eróticas y violentas del sexo adulto, anticipa un viaje absolutamente fascinante. Por desgracia, los múltiples caminos que von Trier abre, algunos con más inteligencia que otros, funcionan hasta cierto punto como un conjunto de capítulos disociados de un todo que, contra lo que se esperaba, fracasa en sus conclusiones y permanece como un cúmulo de preguntas interesantes pero torpemente resueltas.
Joe le relata al personaje interpretado por Stellan Skarsgård, un hombre supuestamente asexual que la descubre golpeada y abandonada en un callejón en la secuencia inicial del filme, la larga historia de amantes y obsesiones sexuales que la condujeron a su “deplorable” estado actual, manteniendo en todo momento como hilo conductor el aprecio que la protagonista le profesaba a su primer amor, interpretado por un inspirado Shia LaBeouf.
Dividida en ocho capítulos repletos de parafilias y con un elenco secundario de primerísimo nivel, dentro del que destacan Uma Thurman, Willem Dafoe, Jamie Bell, y una extraordinaria Stacy Martin en el papel de Joe en sus años de juventud, Nymphomaniac funciona también como una especie de ajuste de cuentas de Lars von Trier contra la prensa, los festivales, y en general contra la crítica especializada, mostrando en varias ocasiones, a través de algunos de los diálogos de Joe, subtextos que evidentemente van en la vena de resarcir viejas rencillas (no hace falta mas que presenciar el brillante monólogo de Joe contra la censura de las palabras). Sin embargo, esta nueva dimensión autorreferencial, en la que incluso ciertas escenas se estructuran para rendir homenaje a cintas previas del director danés (véase la secuencia de Uma muy a lo Idioterne, el niño en la nieve a punto de saltar, muy a lo Antichrist, etc.) convierten al filme en una empresa tan, pero tan ambiciosa, que termina por perderse en sí misma.
¿Qué hay que decir sobre lo explícito de Nymphomaniac? Sí, hay primeros planos de penes y vaginas copulando, pero poco o nada tienen que ver con el efecto erotizante de una película pornográfica, dejando muy claro que von Trier no quiere excitar a su público. Dudo mucho que alguien coloque al filme dentro del género de cine pornográfico, sin embargo creo que queda claro que como truco publicitario funcionó de maravilla. Sobra decir que la película, exhibida en dos volúmenes debido a su extensión, está pensada como un todo, de forma que es preferible sentarse durante las cinco horas completas en vez de asistir a cada uno de los volúmenes por separado.
Al final de la kilométrica proyección, y tras presenciar el burdo y torpísimo giro final con el que von Trier cierra el largometraje, no se puede mas que aplaudir la ambición de uno de los directores contemporáneos más interesantes y atrevidos del momento, pero también reconocer un producto que, de haber sido filmado por un director desconocido sería síntoma de un prometedor futuro, pero que al ser parido por von Trier sólo puede ser calificado como incompleto, irreflexivo y, tristemente, fallido.