Noah (2014)

El remake, esa práctica que a veces parece aberrante e innecesaria, es una disciplina que la humanidad ha ejercitado desde tiempos inmemoriales. ¿De qué otra forma habría de conservarse el imaginario colectivo de un pueblo sino reinterpretándolo, modificándolo y adaptándolo constantemente a los requerimientos sociales de las civilizaciones por venir?

Pocos ejemplos tan claros del fenómeno del remake como el antiguo testamento de La Biblia, un compilado de tradiciones judías que a su vez fueron producto de la adaptación y reinterpretación de mitos con miles de años de antigüedad. Lo anterior no es un argumento en favor de la nefanda frase “no hay nada nuevo bajo el sol”, sino más bien un recordatorio de que el conocimiento colectivo muta de forma irremediable con el paso del tiempo, manteniendo vigentes ciertas nociones ancestrales en las que todavía encuentra valores aplicables a su cotidianidad y desechando el resto.

Es por lo anterior que poco se le puede reclamar al director norteamericano Darren Aronofsky por tratar de reinterpretar y modificar el consabido mito del arca de Noé, siendo éste un acto osado y encomiable dadas las fuertes raíces con las que ciertas historias se encuentran ancladas en el imaginario colectivo. Por demás interesante se antojaba la premisa de que el director de cintas como Pi, The Fountain o Black Swan, jugara con las posibilidades místicas de un mito que es de por sí completamente fantasioso y descabellado, sin embargo, la primera experiencia de Aronofsky con un presupuesto a lo grande y un estudio poderoso detrás ha resultado francamente desafortunada.
La referencia más antigua del mito del gran diluvio aparece en la Epopeya de Gilgamesh, un poema sumerio que es considerado la narración escrita más antigua de la historia. En dicho texto se relata cómo el dios Enki le encarga al héroe Utnapishtim que salve a la fauna del mundo de una gigantesca inundación, utilizando un arca redonda similar a un cuenco gigante (diseño muchísimo más lógico que el del arca bíblica, dado el hecho de que el navío no debía desplazarse a ningún lugar, sino simplemente ser lo más estable posible para flotar sobre las aguas hasta que éstas descendieran). Siglos después, la Biblia contextualiza el mito como una venganza colérica de Dios ante los constantes pecados de la humanidad, con la que éste erradica, valiéndose de una monstruosa inundación, a la impía raza humana con excepción de Noé, su familia y una pareja de cada animal sobre la faz de la tierra (a las plantas no las salvan de la inundación porque esas no le interesan a nadie).
Aronofsky toma como punto de partida la narración bíblica del extravagante acontecimiento, manteniendo a los personajes principales de la historia, pero introduciendo elementos propios de leyendas sumerias antediluvianas, como el detalle de unos ángeles caídos que ayudan a Noé a construir la famosa arca. Nada de esto tendría que ser negativo por sí mismo, sin embargo, la forma en la que Aronofsky aborda la trama es por demás reprochable.

Dividida en dos secciones bastante disímiles, Aronofsky gasta la primera hora de la cinta convenciendo a su público, y a la productora que puso el dinero, de que lo que están viendo es un blockbuster. Alejadísima de cualquier razonamiento medianamente interesante, la primera hora se debate entre desarrollos de personaje extremadamente simplones y conflictos burdísimos, teniendo como centro narrativo la batalla que se desata entre Noé y sus transformers/ángeles en contra de un clan de salvajes descendientes de Caín.

Una vez que la cámara de Matthew Libatique se ha regodeado en crear secuencias espectaculares, entre las que se incluye una hermosísima y desgarradora representación de uno de los grabados con los que Gustave Doré ilustró la Biblia, y ya que la grotesca arca prismática (ese armatoste no habría flotado jamás de haber ocurrido el evento) zarpa en su travesía a ninguna parte, Aronofsky decide que es momento de recuperar la inteligencia y elabora una buena segunda sección que, alejada radicalmente de esa primera mitad predecible, superlativa y vacía, es una interesante elaboración de los dilemas existenciales por los que debe pasar Noé, un hombre confundido y abandonado, en su búsqueda interna para encontrar lo que Dios exige de él.

Un cúmulo de actuaciones poco sobresalientes intentan engalanar una cinta que tristemente se hunde en su deseo por parecer un producto vendible. Ni siquiera el casi siempre extraordinario Clint Mansell consigue componer un soundtrack con la calidad a la que nos había acostumbrado, convirtiéndose Noah en el primer gran tropiezo fílmico de Aronofsky, quien en esta ocasión confirma los temores que se tenían de su involucramiento en proyectos de gran presupuesto. Ahora sólo queda esperar que la bofetada en taquilla sea lo suficientemente grande para que el director neoyorquino recupere el camino perdido.

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